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He estado pensando en… la construcción de un mito (III)

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Por Padre Alberto Reyes Pías

Camagüey.- Cuando Alina, la hija de Fidel Castro y Natalia Revuelta, describe en sus memorias cómo fue posible que Fidel lograra seducir a Mirta Díaz-Balart, la “joya” de la alta sociedad de Banes, dice lo siguiente: “Fidel tenía el encanto de la desfachatez”.

La desfachatez es la actitud de la persona que no tiene en cuenta la dignidad, ni los derechos, ni la
sensibilidad de las demás personas. Es aquel que se centra en sus objetivos. Va directo a lo que quiere y lo toma aunque para ello tenga que arrasar al que tiene delante. Sin respetar, pero sin esconderse, descaradamente y, a la vez, mirando de frente.

Y sí, la desfachatez puede tener su encanto. El encanto de la persona “dura”, sin límites. Capaz de lograr lo que quiere a cualquier precio… pero es un encanto a corto plazo. A la larga, la gente termina dándose cuenta de que es una actitud incivilizada. La pareja se desencanta, los amigos se alejan, y los admiradores se convierten en detractores. Pero a la larga.

Es este el proceso que hemos vivido en Cuba, porque Fidel trató siempre a este pueblo desde la desfachatez.

Habló de libertad y democracia, de la necesidad de acabar con la dictadura de Batista. Mientras iba tejiendo los hilos para instaurar la que es hoy la dictadura más longeva de todo el hemisferio occidental y una de las más largas en la historia de la humanidad.

Afirmó repetida y públicamente su rechazo al comunismo. Y que su objetivo no era la presidencia
de la República. Mientras iba atando los cabos necesarios para instaurar la doctrina marxista en Cuba y eternizarse en el poder.

La desfachatez no es atributo para dirigir un país

Prometió acabar con los latifundios y entregar la tierra a los campesinos. Calificó de “temor
estúpido” el comentario de que la industria sería nacionalizada. Para luego poner bajo el control del Estado casi el 80% de las tierras cultivables del país y a todas las empresas privadas, fueran cubanas o extranjeras.

Prometió que construiría a cada familia una “vivienda decorosa” y que Cuba lograría un desarrollo
económico sin precedentes. Mientras la realidad negaba progresivamente sus palabras, más insistía en que el pueblo confiara en sus promesas.

Censuró la falta de principios de las naciones ricas mientras endeudaba progresiva y
profundamente al país a través de préstamos pedidos y nunca pagados.

Condenó continuamente la falta de humanidad del capitalismo. Pero bajo sus órdenes fue hundida la embarcación XX Aniversario en el río Canímar, donde murieron 56 personas, incluido niños. Por orden
suya fue hundido el remolcador 13 de marzo, donde murieron 72 personas, incluido niños, y ordenó el
derribo de la avioneta de Hermanos al rescate, donde murieron cuatro personas.

Criticó hasta la saciedad el “injerencismo” de las grandes naciones. Mientras enviaba a miles de
cubanos a guerras en Asia, África y América Latina. Cuba era el escenario de entrenamiento de todas las guerrillas de Latinoamérica.

Señaló una y otra vez la falta de valores en los jóvenes “capitalistas”. Mientras en Cuba se acentuaba, generación tras generación, el daño antropológico, que destruye la capacidad de identificar y
respetar el límite entre el bien y el mal.

No, la desfachatez no es un buen atributo para dirigir un país, y mucho menos para perpetuarlo
como sistema. Porque, desgraciadamente, Fidel no sólo gobernó desde la desfachatez, sino que logró institucionalizarla. Logró sembrarla en la raíz política de los que nos gobiernan. Tendremos que trabajar muy duro para que un día vuelvan a ser sanas las raíces que alimenten e inspiren a nuestra nación.

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