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Por P. Alberto Reyes ()
La palabra “vocación” viene del latín “vocatus”, que significa “llamado” y, en sentido amplio, se refiere a esa “llamada” que invita a cada persona a orientarse hacia una profesión determinada.
Sin embargo, no basta con definir una vocación. Es necesario determinar el sentido de esa vocación: cómo vivirla, para qué ser eso a lo que uno se siente llamado.
El denominador común del modo sano de vivir una vocación es el servicio. Estamos en este mundo para construir una casa común, y todo lo que hacemos debe mirar a ese bienestar común. De ahí la pasión que esperamos en un médico por curar, en un arquitecto por crear, en un ingeniero por garantizar la seguridad de una estructura…
Ser policía, agente de la Seguridad del Estado, miembro de fuerzas élites, dígase boinas rojas, boinas negras, avispas negras… es responder a una vocación, y una vocación hermosa: cuidar el país, proteger al ciudadano, garantizar la seguridad de los individuos. En otras palabras, servir al pueblo desde el poder que les da su puesto de autoridad.
Cuando esto no es así, cuando no se está allí para garantizar la libertad y la justicia, cuando no se es un instrumento para que la sociedad pueda sentirse segura y en paz, entonces se ha corrompido el sentido de su vocación.
Entiendo que en nuestra tierra este es un tema complicado, porque el modelo social en el que
vivimos, al ser dictatorial, parte de la concepción de que estas fuerzas tienen como prioridad no el servicio al pueblo sino la defensa incuestionable del poder, y como es un poder contra el pueblo, la visión que presenta a sus fuerzas militares es que el pueblo es un enemigo a controlar.
Una muestra es el acoso y el amedrentamiento de que han sido y son víctimas en estos momentos los estudiantes universitarios, que no han hecho otra cosa que expresar lo que todo el pueblo siente, que no tienen otro delito que reclamar justicia y libertad.
Yo entiendo que haya personas con vocación militar, entiendo que hay personas a las que les apasiona el ejercicio de la autoridad y el manejo de la seguridad de una nación, pero eso no excluye la obediencia a la voz de la conciencia, esa voz que te dice lo que estás haciendo bien y lo que estás haciendo mal.
Por eso me pregunto, ¿cómo puedes prestarte para acosar e intimidar a jóvenes que tienen tal vez los mismos pensamientos e ideales de tus propios hijos? ¿Cómo puedes prestarte para acallar la voz de aquellos que están expresando el sentir de todo un pueblo, de tu propio pueblo? ¿Cómo puedes prestarte a
ser la mano represora de un pueblo condenado a la esclavitud y a la necesidad? ¿Cómo puedes hacerte la ilusión de que estás viviendo bien tu vocación cuando te has convertido en aquel que inmoviliza al que quiere que tú también seas libre y puedas tener otra vida, y puedas vivir tu vocación sin que tu propia
conciencia te condene?
Yo sé que no es nada fácil romper las cadenas que te han impuesto, sólo quiero que no olvides que eres el responsable último del diálogo con tu conciencia.