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Por Padre Alberto Reyes (Especial para El Vigía de Cuba)
El contagio
Hay una frase muy conocida que se atribuye al ministro nazi de propaganda, Joseph Goebbels: “Una mentira, repetida mil veces, se convierte en verdad”.
Los sociólogos saben que, aunque algo no sea verdad, si se repite constantemente, termina por convertirse en una idea familiar y, en consecuencia, aceptada por la masa, sobre todo si esa idea conecta con nuestras emociones: miedo, orgullo, esperanza, odio…
De ese modo, la repetición constante y por todos los medios posibles de una idea simple y emotiva, provoca un contagio masivo y va siendo aceptada por la mayoría de la gente.
Este es el principio básico, pero no es todo el proceso. Este mensaje simple debe plantearse como una realidad que divide a “buenos” de “malos”, de modo tal que quede claro que quienes repiten el mensaje son considerados “buenos ciudadanos”, mientras que aquellos que lo cuestionan son calificados de “traidores”, “desinformados”, o “confundidos”.
Así, desde el inicio de la Revolución, fuimos adoctrinados a base de consignas emocionales simples y repetitivas. Todo lo malo ha sido siempre causa del Imperialismo norteamericano, ese Imperialismo que
quiere destruirnos, aniquilarnos, aplastar nuestra soberanía y nuestra identidad. Pero a pesar de todo, el Imperialismo nunca ha logrado someternos ni lo logrará jamás porque somos un pueblo de resistencia y
victoria, un pueblo donde “no se rinde nadie”, a pesar de los disidentes, que son invariablemente “agentes del enemigo”.
Estos han sido los mensajes con los cuales hemos crecido, repetidos hasta la saciedad en la prensa, la televisión, la Mesa Redonda, el Noticiero… difundidos a través de todos los institutos y medios de enseñanza, coreados en actos públicos, consignas, canciones… siempre bajo la atenta mirada de los encargados de calificar de “revolucionarios” o “contrarrevolucionarios” a los destinatarios.
Seis décadas después, aunque la realidad contradice el discurso, y esas consignas resuenan como cascarones vacíos, sí encontramos personas en las que este adoctrinamiento aún persiste. Otros no lo creen plenamente pero conservan esa visión de fondo de “nosotros víctimas / ellos agresores”, sin matices.
Pero lo que sí sigue siendo frecuente es la cantidad de personas que, aún sin creer en este discurso, prefieren no cuestionarlo abiertamente e incluso parecen haber pactado serenamente con una doble vida donde, en el ámbito privado, expresan su desacuerdo con el sistema y sus deseos de un cambio, y a la vez no les importa participar en todo acto público de apoyo al sistema.
La masificación es triste, pero es real. Pensar, y actuar desde la razón que reconoce la realidad, es un acto deseable, pero implica el valor de expresar un criterio propio, aunque ese criterio se oponga a la versión oficial del gobierno. La buena noticia es que mucha gente es capaz de tomar este camino, y es capaz de enseñarlo a sus hijos.
Hace ya un tiempo, una niña de ocho años dijo en medio de su clase:
Hay respuestas que son perfectas.