Enter your email address below and subscribe to our newsletter

Comparte esta noticia

Por José A. González Martin

Sancti Spíritus.- Qué tema tan trillado, ¿verdad? Los apagones… de cada 10 publicaciones que veo en Facebook, 6 o 7 aluden directa o indirectamente a la grave situación energética que vivimos en Cuba. Y, sin embargo, aunque el tema parezca agotado, aunque nos repitamos una y otra vez, aunque dé la sensación de que ya todo se ha dicho, hoy me siento obligado —y con total sinceridad— a volver a hablar de ello. Porque no es una moda, es una realidad que golpea cada día más fuerte y que no da tregua.

Estoy agotado. Física y emocionalmente. Mentalmente drenado. Siento que camino por una cuerda floja que roza los límites de la cordura y lo humanamente aguantable. Ayer mismo leía aquí en Facebook una publicación que hablaba de los apagones y su impacto en la vida diaria. El autor, con toda la buena intención del mundo, hablaba del recrudecimiento del bloqueo estadounidense como la causa principal, y llamaba a resistir, a seguir firmes.

Y yo me pregunto: ¿cuánto más debemos resistir? ¿Acaso no hemos resistido ya como ningún otro pueblo lo ha hecho? ¿Acaso no hemos demostrado hasta la saciedad que sabemos soportar, esperar, luchar, adaptarnos? Sí, hemos resistido tanto que ya rebasamos los límites de lo insuperable y lo inaguantable.

No necesitamos más culpables. Necesitamos soluciones. Soluciones reales, efectivas, que se sientan. Que no se queden en promesas ni discursos. Que no sean medidas cosméticas ni meras estadísticas de rendición de cuentas. Porque resistir no puede seguir siendo el único plan. Porque resistir, sin luz, sin agua, sin comida suficiente, sin descanso ni esperanza, no es vida… es sobrevivir, y el cubano merece más que eso.

¿Así se puede hablar de igualdad y justicia?

Y no, la solución no puede seguir siendo dolarizar una economía en la que la gran mayoría del pueblo no tiene acceso a divisas. ¿Cómo se le pide a una madre que compre comida para sus hijos en dólares si su salario está en pesos y apenas alcanza para lo básico? ¿Cómo se puede hablar de igualdad o justicia social cuando acceder a un medicamento o a una simple merienda depende de tener MLC?

El cubano ha sido firme. Eso no lo cuestiona nadie. Pero también es humano, y está llegando a su límite. Escucho la canción de Silvio, “El Necio”, y me conmueve. Esa frase: “yo me muero como viví”, resuena con fuerza. Pero la verdad es que yo jamás pensé vivir como estamos viviendo ahora. Esto no es vida, al menos no la que soñé para mí, menos aún para mis hijos. Y, francamente, tampoco es la que merezco.

Soy cubano, me siento cubano y lo seré dondequiera que esté. Pero duele ver cómo, sobre todo los jóvenes, han perdido el orgullo de serlo. Y no es su culpa. ¿Cómo se les reprocha a quienes quieren buscar una vida más digna, cuando aquí cada día parece un nuevo obstáculo? ¿Cómo condenar a quienes emigran, si lo hacen por amor a sus familias, buscando simplemente vivir, no sobrevivir?

“No los necesitamos”, dicen algunos. ¡Claro que sí los necesitamos! Son nuestros hijos, nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros amigos, nuestros vecinos. Cada cubano que se va deja un vacío y una historia inconclusa. Cada partida es un llanto escondido, un abrazo que no fue, un cumpleaños sin risa, una silla vacía en la mesa.

El vía crucis de niños y ancianos

Y mientras tanto, los apagones continúan, más largos, más impredecibles, más agresivos. En Sancti Spíritus, donde vivo, ya ni siquiera informan por canales oficiales los horarios de apagones. Esa información, por mínima que parezca, nos ayudaba a organizarnos, a planificar algo tan básico como cocinar o lavar la ropa. Ahora no sabemos nada, solo apagamos la luz cuando ellos deciden, y encendemos —si acaso— cuando a alguien le da la gana. ¿Por qué dejaron de informarlo? ¿Qué cambió?

Mis respetos a nuestras amas de casa. Son las heroínas silenciosas de esta tragedia. Apenas encienden las luces, corren como locas a intentar ganarle unos minutos al reloj: cocinar, lavar, planchar… todo en una carrera frenética contra el apagón inminente. No se descansa, no se duerme bien, no se vive. Cada día es una lucha contra el estrés, la incertidumbre y el cansancio.

Mi refrigerador ya no conserva nada, mi televisor solo adorna la sala, y el ventilador… bueno, ese gira por compromiso, cuando puede. Dormir es casi un lujo: calor, mosquitos, ansiedad, la tensión constante por recargar equipos. Y todo esto mientras se nos exige más resistencia, más sacrificio, más paciencia. ¿Hasta cuándo?

Y me duele especialmente pensar en quienes tienen a su cargo niños pequeños, ancianos, personas con enfermedades o discapacidades. ¿Cómo se les explica que no hay luz porque “el bloqueo lo impide”? ¿Cómo le pides a un niño que no llore de noche por el calor, por el miedo o por la incomodidad?

Desánimo, miedo, desesperanza…

Los niños duelen más. Porque ellos son la esperanza, son quienes más quieren, más sienten, más sueñan. Pero, ¿cómo tener esperanza en una Cuba así? ¿Cómo confiar en que el futuro será mejor si el presente es insoportable?

La vida, la verdadera vida, se divide en tres partes esenciales: ocho horas de trabajo o estudio, ocho de descanso en familia, y ocho de sueño. Así debería ser. Pero en Cuba hoy esas ocho horas de descanso no existen, y las de sueño tampoco. Nuestros cerebros ya no descansan, están agotados, sin fuerzas, sin motivación. Y eso es grave. Muy grave.

La oscuridad nos está consumiendo. No hablo solo de la física, la de los apagones. Hablo de la otra, más peligrosa: la oscuridad del desánimo, del miedo, de la desesperanza. Nos está asfixiando poco a poco.

Cuba necesita «LUZ». En todos los sentidos.

Y no me refiero solo a la electricidad. Hablo de luz en nuestras instituciones, luz en nuestras decisiones, luz en nuestras conciencias. Necesitamos claridad, honestidad, coherencia, humanidad.

Necesitamos dejar de sobrevivir y empezar a vivir. Merecemos vivir.

Deja un comentario