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HABLANDO DE HAMBRUNAS

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Entre 1845 y 1849, Irlanda vivió una de las tragedias más atroces de su historia: la Gran Hambruna de la Patata. Un millón de personas murieron de hambre. Otro millón huyó, cruzando el Atlántico en busca de vida.

Las tierras estaban devastadas. La gente comía raíces, algas, anguilas de arena. Morían en las cunetas, con los cuerpos hinchados por la inanición. La ayuda era escasa. La indiferencia, abundante.

Pero desde muy lejos, desde Estambul, alguien escuchó su clamor. El sultán otomano Abdulmejid, conmovido por las historias que le contaba su dentista irlandés, quiso actuar. Quiso enviar 10.000 libras esterlinas en ayuda.

Pero el gesto generó tensión. La reina Victoria solo había donado 2.000. Los diplomáticos británicos se escandalizaron: no podían permitir que un sultán otomano pareciera más generoso que la reina de Inglaterra. Presionado, Abdulmejid redujo oficialmente su donación a 1.000 libras. Pero no se detuvo ahí.

En secreto, envió cinco barcos cargados de alimentos y medicinas.

La corona… y el agradecimiento a los otomanos

La corona británica intentó detenerlos. Se ordenó a la Armada bloquear su paso. Pero los barcos evitaron el cerco y llegaron al puerto de Drogheda. Allí, los irlandeses los recibieron como si fueran un milagro. Nunca olvidaron ese gesto. Tanto así que la ciudad incorporó los símbolos otomanos en su escudo de armas.

Décadas más tarde, durante la Guerra de Crimea, miles de soldados irlandeses lucharon codo a codo con los otomanos contra Rusia. No pocos recordaban con gratitud la ayuda del sultán en su hora más desesperada.

Esculturas alegóricas en Dublín

Incluso en la Primera Guerra Mundial, algunos oficiales británicos se quejaban: “Los irlandeses no quieren luchar contra los turcos”. Porque la memoria de aquel acto compasivo era más fuerte que cualquier consigna imperial.

La historia de Abdulmejid no aparece en los libros de texto. Pero sobrevive en los corazones que creen que, incluso en tiempos de hambre y orgullo, aún hay quienes eligen la humanidad por encima de la política.

Porque a veces, un acto silencioso de bondad es más poderoso que mil discursos. (Tomado de Datos Históricos)

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