
HABIBI: EL CINTO Y LA BAÑADERA
Por Amarilis S. Ribot ()
Matanzas.- La luz cambia. Una mujer sentada mira al cielo de tramoya y, sin voz, grita. La música lo hace por ella. El público la abraza en la mirada y muchos, sin voz, también gritan.
De miles de años data esa conexión que algunos llaman «mágica» del arte con sus consumidores. Vínculo que se refuerza en recintos como un teatro que —explica siempre Daneris Fernández— es un espacio de doble representación. De un lado, el espectáculo; frente, el inquieto y diverso «bando» de los espectadores.
En el concurrido estreno cubano de «Habibi» el 24 de marzo en el Sauto, el público «se dividía» en dos grupos fundamentales relacionados de diversa manera con la puesta de Apsara Teatro… según su edad.
Los adultos, estremecidos por el drama de la violencia del esposo (defendido con carisma y recursos actorales por Alberto Corona) hacia su esposa Arianna (asumida con carácter e impresionante contención por Liliana Lam), a la que llama Habibi, que significa «querida» o «mi amor». Para mostrar aristas de veinte años de una relación abusiva, la autora-directora Silvia Barreiros se vale de recursos dramatúrgicos: mientras los flashbacks retratan los inicios del romance y las disimuladas primeras señales, la voz en off de la protagonista es la de su pensamiento: su dolor, su miedo, sus «estrategias». Habibi, bella y universitaria, se refugia en su bañadera, barricada simbólica donde intenta salvar lo que queda de sí, y a su hijo Marcos… Vi a personas —sobre todo mujeres— llorando. Estos dramas nunca son ajenos.
No pocas butacas estaban ocupadas por muchachos que apenas dejan la niñez. Aunque es de agradecer ese interés por el teatro, su experiencia les impedía vivir en profundidad el drama escénico donde —como Habibi en su tina— nos sumergíamos los otros. La violencia doméstica se ejerce también contra los niños —y no sólo con «el cinto que el padre heredó de su padre», como muestra esta puesta— pero, en su edad feliz, las jóvenes reían las bromas abusadoras del encantador actor/esposo.
Barreiros y su directora musical, Ondina Duany, saben que, tristemente, muchas niñas crecen… y siguen sin discernir. Lo han probado con la acogida de «Habibi» desde 2021 en una docena de ciudades de Túnez, en Ginebra (Suiza) y de seguro próximamente en Benin… escenarios en apariencia distantes, donde mediante talleres con mujeres y de creación logra imponerse de las peculiaridades de la cultura y las disfunciones sociales.
Así, el tema universal de la violencia de género se viste en la propuesta de Apsara con referentes que nos hacen identificarnos: frases, fragmentos de canciones, bailes, que permiten al drama mirar de frente y hablarnos de tú a tú. Como si la propia historia que transcurre ante nosotros no bastara, se cuela una noticia «de radio»: el feminicidio de Leidy Bacallao, de 17 años, asesinada por su esposo hace un año en la estación de policía de Camalote, Camagüey, nos da la dimensión real, fuera de escena, de este fenómeno de mil caras que tantas tratan de «asumir», como la concuña de Habibi… y casi todas callan. Las reacciones de los públicos hablan del probado valor del teatro como termómetro social.
Por eso, cuando la luz cambia y la mujer sin voz grita, grita todo un teatro: los jóvenes, los adultos, las Habibis, los Marcos, ¿quién sabe si algún «Él»?, como un solo cuerpo que ocupara un centenar y medio de butacas. La música habla por nosotros. Y habla por Arianna cuando deja de una vez su bañadera y muestra qué ocultó en ella, nos mira y sale, como Nora en «Casa de muñecas» hace 145 años, a reescribir la historia con su propio portazo.