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Por Esteban Fernández Roig
Miami.- Disculpen ustedes, mis estimadísimos lectores y amigos, que les hable constantemente y les escriba tanto de mi terruño natal.
Es que dicen por ahí, y quizás con mucha razón, que “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”…
Sin embargo, no es mi caso, porque yo no quiero aceptar que lo perdí, y sí sabía lo que tenía.
Adoraba a ese bello pueblo y sigo queriendo a esa inolvidable ciudad hoy hecha añicos.
La mujer que más yo he querido en mi vida, mi madre, la decente dama que jamás decía una mala palabra, mi adorada Ana María, me escribió antes de morir: “Me da mucha lástima que estés hablando maravillas de Güines, sin saber que esto se ha convertido en un desastre lleno de hijos de putas”…
Sí, han acabado con ese pueblo próspero, feliz, amistoso, lleno de gente buena y de comercios florecientes, y hoy solo se ven escombros y basura, apagones, y enormes baches, charcos y lagunas en sus otroras relucientes calles y avenidas.
Amaba y sigo amando a la Villa preciosa que fuera ayer, a aquella bellísima urbe, a sabiendas de que hoy ni sombras quedan de lo que un día fue.
Llena de una juventud que no tiene ni la más ligera idea de lo que eran La Viña, la Esquina de Tejas, la Dulcería Quintero, la peletería La India, la Tienda Habana, el Caracolillo, la Ferretería de Ochoa y cientos de florecientes empresas que un día fueran intervenidas y robadas por unos ignorantes fidelistas quienes las llevaron a las ruinas.
Nunca he visitado mi patria, motivado por mi ferviente anticastrismo, y hoy -encima de eso- porque me moriría de dolor, de tristeza, de angustia, palpando la tremendísima devastación a la que han llevado -un monstruo seguido por miles de apapipios- a un pueblo de haber sido un Paraíso terrenal a un infierno peor que el de Dante.
Solo nos resta pedirle encarecidamente -suplicarle- a Dios que nos permita liberar a Cuba y que nosotros los güineros podamos poner nuestro granito de arena ayudando a la reconstrucción de nuestro pueblo.

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