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José Manuel González Rubines
La Habana.- Acaban de «renunciar» a la ministra Marta Elena Feitó. No recuerdo otro momento reciente en que el rechazo masivo de la gente haya obligado al poder a mover ficha. No pasó con Gil, ni con Murillo, ni con ningún otro burócrata: todos cayeron cuando el régimen quiso, no cuando el pueblo habló.
Esta vez, la presión ganó. Ganó la gente. Ganaron los mendigos que tal vez nunca supieron que una funcionaria sin vergüenza los llamó personas de vida fácil.
La Feitó no es el problema, lo sabemos, pero sus declaraciones fueron profundamente ofensivas y estaban enfiladas contra el pueblo a quien, supuestamente, ella se debe. El pueblo es el soberano de la República, aunque eso se olvide muy a menudo.
Hoy actuó como soberano y reafirma que la movilización funciona, la presión funciona. Sin embargo, no olvidemos lo importante: los mendigos siguen ahí, la pobreza sigue creciendo; el régimen que la crea, permanece, y los diputados que aplaudieron a la ministra y hoy aplauden su destitución, también siguen ahí, haciéndose pasar por representantes del pueblo.
Mi amiga Lela Sánchez, a quien quiero y respeto mucho, me dejó este mensaje hoy que con su autorización, comparto: «Yo gano (por ser combatiente) 3 200 pesos y hace unos días tuve que comprar una pila para no seguir botando agua y la pila me costó la mitad de mi jubilación. No ando por los basureros, como la maestra, gracias a que mi hijo escapó de este infierno hace muchos años y me ayuda a vivir decentemente».
Viene de una familia de hombres y mujeres que lucharon y trabajaron por Cuba desde las guerras de independencia. Es gente decente y valiosa. Ella misma se jugó la vida contra Batista en los cincuenta y después, optó por quedarse en Cuba, a pesar de tener todas las posibilidades de irse. ¿Cuántos hay como mi amiga? ¿Cuántos no tienen un hijo que los ayude a vivir decentemente?
Marta Elena Feitó es solo un ladrillo de un edificio siniestro, disfuncional y corrupto. Pero ladrillo a ladrillo se desmonta cualquier edificio. Sigamos, vale la pena.