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Firmas para Maduro: el pescozón del miedo

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PMax Astudillo ()

La habana.- Lo de recoger firmas en Cuba para salvar a Nicolás Maduro es la jugada más tonta, previsible y patética del castrismo en los últimos meses. Y mira que eso es decir mucho. Es como si te estuviera entrando agua por todas partes en la casa y tú, en vez de tapar los agujeros, te pones a escribir una carta de apoyo al fontanero del vecino que también se le está inundando el piso. Una estupidez mayúscula.

Es la estupidez del que está acojonado, del que ve cómo se le cae el andamio completo si el de al lado se desploma. Y Maduro es ese andamio, el único tipo que, milagrosamente, les sigue mandando petróleo a cambio de palmaditas en la espalda, personalñ de seguridad, y médicos que cobran una mierda.

Aquí nadie se cree el cuento. La operación es de una ridiculez insultante. Montan un circo en las plazas, con mesitas, banderitas venezolanas y unos pobres diablos del Partido Comunista o la UJC con una sonrisa pintada que parece más bien una mueca de dolor.

La gente pasa, los mira de reojo y sigue caminando, a no ser que te pare el de la cuadra, el que controla, y te suelte el discursito de la «solidaridad antiimperialista». Entonces, ¿qué haces? Firmas.

Firmas porque no te queda más remedio, porque el que apunta nombres tiene más poder que el que pide la firma. Firmas por la paz, para que no te marquen, para que tu jefe no te llame la atención mañana, para que a tu hijo en la escuela no le pregunten por qué sus padres son «apáticos». Es una firma a punta de pistola moral, que es la que más duele.

¿Firmas para qué?

El castrismo está que tiembla. Se le acaba la gasolina, la ideología y los amigos. Trump abre la bocota desde Washington y en La Habana se mea encima. No por las sanciones, que esas ya las tienen asumidas como un mal menor, sino porque Trump está diciendo en voz alta lo que todo el mundo piensa: que Maduro se está cayendo.

Y si se cae Maduro, ¿qué le queda a Cuba? Nada. Un ‘bloqueo recrudecido’, como dice el castrismo, cero petróleo barato y el espectáculo bochornoso de haberse gastado los últimos reales en una campaña de firmas que no convence ni a los que las recogen.

Todo el andamiaje publicitario es de cartón piedra. Salen en el Noticiero con una pila de papeles, diciendo que «el pueblo cubano, fiel a su historia, respalda la Revolución Bolivariana». ¿Qué pueblo? ¿El que hace cola tres horas para comprar un pollo? ¿El que se juega la vida en una balsa?

Ese pueblo está hasta los cojones de su propia revolución como para andar firmando por la de los demás. Es el mismo pueblo que, si pudiera, firmaría por una luz que no se vaya, o por un lugar donde comprar las vituallas que necesita para vivir, o por un salario que alcance para vivir.

Las firmas van hacia adentro

La jugada, al final, es para el consumo interno. Es para decirles a los suyos: «Miren, no estamos solos, tenemos el apoyo del pueblo». Pero es un apoyo ficticio, sacado con la pinza de la obligación. Esel pescozón del miedo disfrazado de abrazo solidario.

Lo más triste es que en Caracas ni se enterarán. Maduro tiene problemas más gordos que una pancarta en La Habana. Y en Washington, Trump se ríe. Se ríe porque sabe que con un tuit puede desmontar toda la farsa.

Al final, lo de las firmas es el último suspiro de un régimen que se queda sin argumentos y sin gasolina. Es el gesto desesperado de quien ya no sabe qué hacer, y recurre al manual más viejo: la presión, la mentira institucionalizada y la foto para la galería. Pero la realidad es tozuda. Y la realidad dice que la gente firma con una mano mientras con la otra busca un pasaje para irse. Eso es lo que no sale en los reportajes.

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