Por Joel Fonte ()
La Habana.- En el centro del enorme drama humano que hemos vivido los cubanos por más de 6 décadas, está el nombre de Fidel Castro. La verdadera historia de Cuba, del país y de su nación bajo el régimen castrista, está por escribirse.
En ese relato fiel a los hechos, desprovisto de las manipulaciones y mentiras con que se ha deformado hasta hoy, no habrá alabanzas serviles que persiguen purificar a un tirano, no encontraremos referencias mesiánicas a quien no fue sino un hombre poseído de egocentrismo, de sed de Poder; no hallaremos la adyecion, la adulación mesquina de pseudointelectuales que venden su alma deformando la historia para recibir dádivas manchadas del dolor y la sangre de millones de seres humanos.
Fidel Castro encarna la tragedia en la que se hundió una república que pugnaba por perfeccionarse -no sin dejar de atravesar los tortuosos vaivenes que toda sociedad transita en el largo camino hacia una vida democrática- y que no supo adivinar en él al déspota que tempranamente emergió para tiranizarla.
Éxodo sistemático de sus hijos, con la estela de vidas perdidas, de miles de almas sepultas anónimamente en mares, en ríos, selvas; otras cientos de miles de familias divididas por causa de una ideología retorcida, que convirtió en enemigos a hermanos, a padres e hijos, a esposos; una economía devastada, ciudades enteras en ruinas y el hambre, la falta de medicamentos, las carencías más básicas cebándose en millones de seres humanos; la imposibilidad de plantearse un proyecto de vida en nuestro suelo, de tener un empleo digno, una familia, tener una vivienda, son solo algunos de los siniestros legados del apellido Castro.
En lo que a mí concierne, tengo una fe inamovible en la certeza de la caída de este régimen. Una construcción política que se apoya en la regulación dogmática de la vida de seres anulados como ciudadanos, que les cercena sus libertades, y los somete a esclavitud, no puede prevalecer.
La prontitud de esa caída está, en cualquier caso, está en nuestras manos.