
EXTREMO
Por Freddys Núñez Estenoz
La Habana.- Veintidós horas sin electricidad cada día. Así de simple, así de duro, y de pronto parece que no ocurre nada, o tal vez ocurre, tal vez alguien informe y diga algo que se parezca a una nota oficial, pero sin acceso a la información por falta de electricidad pareciera que se ha normalizado este desastre.
Veintidós horas sin electricidad cada día. ¿Qué sentido tiene que continúen las clases en semejante situación? ¿Qué sentido tiene que la gente salga de casa a representar la tragicomedia de que trabaja? He visto a una anciana desmayarse por hambre en la cola de un banco después de pasar tres días intentando obtener efectivo para comprar alimentos, ¿qué sentido tiene que sigamos jugando el juego de que algo funciona cuando en realidad todo está hecho mierda?
Nada funciona. Nada. Solo queda el espíritu de algunos románticos que insistimos en creer que este cadáver se puede reanimar, pero lo muerto, muerto se queda y no se puede utilizar un desfibrilador para traerlo de vuelta. Lo muerto, muerto está.
Veintidós horas sin electricidad cada día. A estas alturas creo que se ha perdido la coherencia, el sentido común, la lógica, la vergüenza, el respeto por lo que fuimos como nación y lo que somos ahora: una sociedad marchita, con jóvenes que solo piensan en hacer las maletas, con adultos que maldicen el tiempo perdido, robado, secuestrado, con buitres que desde lo alto pelean y se reparten la carroña, con ancianos mendigando comida en cada esquina, con niños que se pierden en montañas de basura intentando encontrar algo que estimule una sonrisa, con maestros ojerosos de no dormir, de no vivir. ¿Cómo podrán desde ese estado enseñar los versos del maestro «Tiene leopardo un abrigo?
Veintidós horas sin electricidad cada día. Hemos incorporado este desastre a nuestras vidas y ya parece normal ver a un brillante cirujano agachado (en cuatro patas, como en tiempos de la caverna) en la acera intentando encender el carbón. Un cirujano que en breve tendrá en sus manos negras por el carbón la responsabilidad de la vida de nuestros padres, de nuestros hijos.
Hemos aceptado que es normal nuestra agonía, que la única opción es la resignación, que el futuro no nos pertenece, que el futuro solo se reduce a envidiar o admirar un par de fotos de amigos y conocidos que en Instagram suben cenas, viajes y autos adquiridos con el sudor de su trabajo.
Veintidós horas sin electricidad cada día. ¿Cuándo termina esta carrera de desgaste, esta agonía? ¿Cuándo la vida en esta Cuba que duele como un clavo clavado en el centro del pecho, será más o menos normal? ¿Cuándo la palabra dignidad podrá ser aplicada fuera de los estándares políticos que piden resistencia y podremos utilizar la palabra Dignidad, con apego a estándares de vida, seguridad, confort. No se hizo una revolución para este desastre, no se peleó tan duro para este desastre, no se alfabetizó a un pueblo para este desastre.
Seis décadas después, ¿en qué punto de la historia nos encontramos? ¿Qué somos como nación, a dónde se dirige este naufragio anunciado, esta muerte sin árbitros ni mediadores, muerte por orden, muerte por falta de fe?
Veintidós horas sin electricidad cada día. Y de pronto aparecen algunas notas de prensa triunfalistas sobre redadas contra coleros en bancos, ejercicios de control de precios, distorsiones. Notas triunfalistas que si las lees sin interiorizar mucho, te hacen creer que algo se está haciendo por el bien colectivo, pero todo eso no es más que una distracción, si no hubieran implementado un reordenamiento económico basado no en el entusiasmo sino en el estudio real de los pro y los contras, no hubiera coleros en los bancos, ni ancianos desmayándose en eternas colas para obtener dinero en efectivo.
Si tuviésemos una oferta y un mercado vigoroso, no habría necesidad de inspectores y operativos de precios, la oferta regula el mercado, así de simple, si el sentido común nos desbordara otras serían nuestras preocupaciones y nuestras demandas. Si existieran espacios reales y plataformas de opinión donde pudiéramos proponer, discutir y construir juntos el país que queremos, el país que nos merecemos, quizás llegaría la definitiva primavera a las costas de esta hermosa, pero marchita isla.
Veintidós horas sin electricidad cada día, mientras escribo esto imagino el horizonte habanero con la imponente TORRE K, desafiando toda cordura, todo atisbo de respeto. La imponente Torre K es el testimonio, el certificado de que otros son los intereses, que 22 horas de apagón cada día son irrelevantes y que el futuro pertenece a unos pocos elegidos.
Les aseguro que no exagero, aquí llevamos más de dos semanas viviendo un infierno con apagones que oscilan entre 17 y 23 horas diarias. Declaren estado de emergencia, crisis, tomen medidas dignas de una situación como esta.
Veintidós horas de apagón cada día, las familias han perdido sus alimentos, falta el agua, las personas no pueden acceder a dinero en efectivo y muchas familias no logran comprar alimentos básicos, los escasos establecimientos que aceptan transferencia están imposibilitados porque sin electricidad la conexión es pésima y no se puede acceder a Transfermovil y Enzona.
Veintidós horas sin electricidad cada día, la elaboración de los alimentos depende en su gran mayoría de la electricidad, hay niños que se van a la cama solo con agua de azúcar si acaso logran sus padres pagar el azúcar, el precio del pan se ha triplicado, si no hay electricidad no hay pan y los pocos que logran producirlo especulan con los precios, en las escuelas internas falta el agua y la alimentación es precaria, ¿qué sentido tiene mantener los alumnos allí, por favor? Solo se trata de sentido común. Si esto no es una emergencia ¿qué otro nombre tiene?
– ¿Quién dijo que todo está perdido? El corazón.
(Sé que hay mucha gente buena y decente, luchando por sacar adelante este país. Esos tienen mi respeto, los otros… )