
ESTAMOS GANANDO
Por René Fidel González
Santiago de Cuba.- Lo voy a escribir brevemente al final de esta oración porque yo creo por mi experiencia de profesor que cada uno de nosotros merece un mensaje que, aunque sea por un instante, saque a nuestros pensamientos de las circunstancias que vivimos: estamos ganando.
Sin embargo no es difícil hacer un balance elemental que contradiga esa afirmación ¿cuánto hemos perdido en estos últimos años? ¿cuánto más sabemos que vamos a perder aún?
Mucho, lo sabemos perfectamente, pero todo eso de lo que cualquiera de nosotros puede ofrecer como testimonio – propio o del otro – del dolor, la angustia o la incertidumbre, no es, ni será nunca, ni significará jamás, nuestra derrota.
Es cierto que hemos venido pagando el peaje más alto que jamás haya pagado antes un pueblo por causa de su nobleza y confianza, de su humildad y compromiso pero también es cierto, y esto es lo realmente importante, que no somos nosotros los que podemos ser acusados de haber defraudado a nadie, de haber traicionado a los que nos fueron siempre leales, de haber dejado atrás a los que lo dieron todo por apoyarnos, de haber sido ingratos.
No somos nosotros tampoco los que hemos mentido, mentimos y parecemos condenados a mentir por siempre, los que nos casamos con la mentira, los que nos corrompimos de todas las formas imaginables por retener todo el tiempo todo el poder, los que hicimos de la injuria, la mezquindad y la soberbia la justicia que ofrecíamos, la libertad que tolerábamos, la empatía que sentiamos .
No somos nosotros los que hemos castigados a los jóvenes y les hemos abierto las puertas de la prisión o del extranjero porque les tenemos miedo, porque ellos anhelaron aunque hermoso poco, pero era precisamente aquello que no se quería compartir con ellos, ni con nadie, ni antes, ni ahora, ni nunca.
No somos nosotros los que le hicimos un altar alto y ferozmente custodiado a la mediocridad y a la simulación por considerar abominable el derecho a la sinceridad del otro; no fuimos nosotros los que excluimos a algunos porque no nos querían o por cualquier razón que nos pareciera útil – por ejemplo, oh susceptibilidad terrible: por pensar diferente -, ni mucho menos los que no tuvimos escrúpulo alguno en excluir a muchos en el santo, pragmático y providencial nombre de la justicia posible o de la hipocresía.
Es preciso estar orgullosos, o al menos conscientes de algunas cuestiones. Estas no son todas pero tampoco son menores.
Es posible que incluso ellos mismos, y todo aquello – el poder, la riqueza, la impunidad – que estrujan en nuestras caras para añadir a la humillación el escarnio, sea lo que no merecíamos como pueblo pero estamos ganando porque son ellos los que, por eso mismo, ya están derrotados. Y lo saben.
Quizás seamos nosotros los que tengamos que entender que la derrota de ellos no es precisamente nuestra victoria, ni puede ser nuestra victoria, ni siquiera parecer nuestra victoria.
Yo creo en la alegría y en la esperanza. Esa que confirma la sensibilidad obstinada del abrazo de muchos alrededor de una niña enferma o el amor con admiración de un esposo por su amada presa. Y creo que de ambas necesitamos hoy para reconstruir entre todos, o mejor, desde cada uno de nosotros, los sueños de los cubanos.
Por eso les comparto una idea que ha sido adjudicada al maestro Paulo Freire y que una amiga regaló hoy.
Hay en ella una clave útil para la finalidad de nuestra resistencia y para la fidelidad a la felicidad que nos debemos. Ese hermoso adir nuestro.
«Es preciso tener esperanza, pero tener esperanza del verbo esperanzar, porque
hay gente que tiene esperanza del verbo esperar. Y la esperanza del verbo esperar no es esperanza, es ‘espera’.
Esperanzar es levantarse, esperanzar es perseguir algo, esperanzar es construir,
esperanzar es no desistir. Esperanzar es avanzar, es juntarse con otros para hacer las cosas de otro modo. Es preciso reinventar el mundo, buscar su belleza. Belleza que pasa por nuestra capacidad de imaginar, de crear, de actuar, de transgredir… de comprometernos”