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Por Ulises Toirac ()
La Habana.- Kambujiya no es lo que muchos afirman. De hecho, no es. Ciro el Grande si era grande. Lo conocí de cerca, como de dos metros. Digo la cercanía, en realidad medía como seis codos y medio. Lo midieron con exactitud gracias a que uno de los sirvientes era misnusválido. En realidad el brazo no le faltaba a medio codo, sino por la muñeca, pero le cercenaron lo que sobraba y midió exactamente eso. A Ciro el Grande le gustaba la exactitud. El sirviente llevó el resto de su vida con orgullo su muñón. Se tatuó en lo que le quedó de antebrazo la frase «Este es el medio codo de Ciro el Grande, que Ahura Mazda lo guarde y proteja». El tatuaje le llegaba al cuello.
Pero me estoy disgregando con Ciro el Grande a quien conocí a dos metros de distancia porque yo estaba inclinado saludandolo cuando le susurraron que había tirado un gato desde la ventana de palacio para ver si caía de pie. Yo caí de bruces de la patada que me dió Ciro el Grande y ahí fue que lo conocí. Al incorporarme vi su rostro. Sin querer, porque no se le podía mirar de frente. Pero me lo perdonó porque en ese momento yo no sabía lo que hacía. Era Grande, ya te digo. Majestuoso. Y desde el piso, más.
Kambujiya su hijo, a quien todos conocen como Cambises II no es tan grande. Seis codos exactos. Ningún sirviente ha tenido el privilegio de un tatuaje tan impresionante. Las leyendas dicen que es un loco pero salvo cuando profanó al toro sagrado Apis, al que dio de comer yerba con vino concentrado. Pero eso fue un dia, en una fiesta y es la inquina de los egipcios la que le dió ala a aquella ocurrencia inocente. Ah y la vez que se orinó delante de toda la corte persa al grito de «Aquí el que más mea soy yo»… en fin, sí… es medio loco, me estoy acordando de dos o tres pasajes más.
Yo pertenezco a la servidumbre. Mi nombre es Esfandiar. Me lo pusieron sarcásticamente gracias a aquél gato. Abuelo fue herrero de Palacio, mi madre costurera y a mí me obligaron a estudiar proyectiles. Los persas somos dados a las matemáticas, las álgebras y la medicina, pero por alguna razón prefirieron que estudiara proyectiles y no zootecnia, que fue lo que me animó al lanzar a aquel gato. Nunca dije que Kambujiya estaba conmigo aquella mañana. Éramos chiquillos y andábamos de juegos. Me hizo jurar que nunca lo diría, y así fue: lo juré. No sé porqué luego me cortó la lengua. De verdad, no lo iba a decir jamás.
Pero es muy inteligente. Kambujiya quiero decir. De hecho tuvo mucho que ver en el invento del «yakchal», que es una nevera absolutamente persa. Le gusta el vino frío. También estábamos juntos aquellos años de adolescentes cuando se metió a inventar aquello. Constantemente me preguntaba que qué me parecía… ¿Y qué iba a decir yo…?
Fíjate si es inteligente que ahora vamos a atacar a los egipcios y a Cambises II se le ha ocurrido una idea genial: pintar gatos en todos los escudos de nuestro ejército. Los gatos son sagrados para esta gente, los asocian a la diosa Bastet. Así que se van a quedar de piedra los egipcios cuando vean que vamos con los gatos pintados en los escudos. ¿Y quién estaba cerca de Cambises II cuando se le ocurrió la idea?… En efecto. Un servidor. ‹Tu debes recordar bien como son los gatos» me dijo. Ya llevo 3275 gatos pintados y mañana atacamos.
¡Grande Cambises II! No, perdón, grande era Ciro. En fin, tengo que terminar el plan.