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Esa permanente fascinación llamada Borges

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Por Ernesto Ramón Domenech ()

 Toronto.- “Borges le pidió a María Kodama que…”. Así, con una frase alusiva al poeta argentino, comienza “La clase de griego”, singular novela de la escritora surcoreana Han Kang, premio Nobel 2024. Para marzo de 1986 salía al mercado el “Master of Puppets” el tercer disco de estudio de la icónica banda Metallica.

El 26 de abril estallaba el reactor número 4 de la Planta Nuclear de Chernóbil desprendiendo una nube radioactiva de mortales consecuencias. El 13 de junio entraba en su etapa de Octavos de Final el Mundial de futbol que México organizaba por segunda vez. En la tarde de 14 de julio de 1986, en Ginebra, Suiza, asistido por su compañera María Kodama, moría Jorge Luis Borges.

El eco de los versos y cuentos escritos hace ya un siglo todavía resuena entre los estantes de una biblioteca en Buenos Aires, asciende por estrechas escaleras de caracol de Austin, se incrusta en el duro mármol de algún templo de Tokio, ilumina un cuarto del segundo piso de una casa en Cruces. El autor no alcanza a ver el infinito recorrido de sus cavilaciones, sus angustias, sus conjeturas.

Lo inexplicable de Borges

Se pudiera explicar la obra del bardo como una especie de refracción literaria en la que un haz de luz proveniente de antiguas rapsodias gauchas y nórdicas, de las dispares voces de Homero, Schopenhauer, Shakespeare, Cervantes, Kafka, Coleridge, Carlyle, Rimbaud, Kipling, Dostoievski, Leibniz, Stevenson, Wilde, Whitman y Dickens incide sobre una mente que reverbera y luego se proyecta con un cambio de sensibilidad y vigor en universos tan distantes como Piglia, Bolaño, Orhan Pamuk, Auster, Salman Rushdie, Umberto Eco, y Foucault. 

¿Pero, cómo es que, en estos tiempos de WhatsApp, Reguetón, y desechado el hábito de la lectura, los juegos con el tiempo y la memoria, las conjeturas metafísicas, y leyendas de cuchilleros del Sur o de Vikingos, narradas por un bibliotecario de Buenos Aires, siguen deslumbrando a lectores de cinco continentes?

¿En qué se sustenta esa trascendencia, esa siempre ascendente fulguración, de los libros de un poeta que fue negado por la academia, acosado por las Ideologías y vilipendiado por las masas? 

No es una respuesta sencilla, probablemente sea la combinación de muchas variables, el azar entre ellas; intento dar con la clave (las claves) que hacen que “El aleph”, “La intrusa”, “Funes el Memorioso”, “Ulrica”, “Las ruinas circulares” o “La forma de la espada” traspasen las fronteras del idioma, la geografía y la moda. A estos magníficos cuentos puedo añadir toda la poesía y algunos ensayos de un Borges que renunció a la escritura de novelas y obras de teatro evitando quizás el tedio o el cansancio.

Jamás nadie fue tan fresco

La permanencia y la frescura que todavía exhiben los textos del autor de “Kafka y sus precursores” quiero atribuirlas a circunstancias muy distintas, pero no excluyentes: la personalidad del autor, los eventos y situaciones que marcaron su vida, y la obra en sí, su calidad y originalidad para el juego reflexivo y el sobresalto. Se disfruta a Borges en el momento de la lectura y, después de terminada ésta, se queda uno meditando, vagando por estrechas calles de Montevideo, Roma y Dublín.

Entre esos hechos extraliterarios y distintivos del Borges público que apuntalan su trabajo de escritor, sobresalen su doble ascendencia genealógica, mitad argentino, mitad inglés, su abierto enfrentamiento al dictador Perón y al “Peronismo”, su prematura ceguera, su conversación amena, la permanente negativa de la academia sueca de otorgar un Nobel más que merecido, su honestidad intelectual, su coherencia, y esa rara virtud entre argentinos: la humildad.

Claro, todo esto alcanza para ser un buen poeta, y mucho menos, venerado; falta la obra en sí. Y el escribir supone la distinción del qué y el cómo. Los temas en los versos y cuentos de Borges son diversos y, además, eternos, universales. Sin dejarse seducir por Nacionalismos ni la jerga provinciana, esta vez el desamor, la valentía, la traición, la soledad, la angustia ante el hecho de la muerte, la indescifrable imagen de Dios y la historia son parte, están acompañados, de inquietantes escenas de horror, de sorpresivos giros dramáticos, de lo fantástico urbano, de apócrifas mitologías, de una épica rescatada, de finales inauditos y cronologías imposibles.

El negocio de la caligrafía

 Entre las virtudes que creo reconocer a la escritura de Borges, quizás algo heredado la lengua inglesa, está su eficacia para nombrar, la economía del verbo que lo hace prescindir del desproporcionado abuso de adjetivos y sinónimos; para cada metáfora, en cada imagen,

Borges ha encontrado la palabra exacta, perfecta diría yo. El poeta, intuitivamente, ha abandonado los extremos: ni Barroco ni simplón, suele ser autobiográfico sin llegar al sentimentalismo o la cursilería, descree del relato fotográfico y del hermetismo, prefiere la modesta complejidad; ni lo Real-Maravilloso ni el Surrealismo: Literatura Fantástica. Ni tan extenso que fatigue ni tan escueto que incomode.

Por último, siguiendo la pista del origen de esa permanente fascinación, tiendo a reconocer el universo Borgiano sostenido por símbolos. El énfasis, la posición central y la recurrencia de ciertos términos hacen que finalmente uno termine identificando al autor con algunas de sus palabras, les adjudica incierta autoría, como una especie de copyright etimológico.

Cuando leo o escribo textos hay determinados vocablos: Espejo, Luna, Tigre, Espada, Biblioteca, Noche, Números, Azar, Ginebra, Aleph, Sur, Bronce, Enciclopedia, Ceguera y Laberinto que me suenan, me sugieren, a un joven del barrio de Palermo entregado al nada lucrativo “negocio” de la caligrafía, la especulación retórica y métricas arcaicas.

Parafraseando al Maestro: “Ninguno de estos aspectos que describo en el Post es raro y su conjunto (sin embargo) ha deparado una Fama que algunos creemos comprender”. Hoy comienza la Copa Mundial de Clubes de Futbol USA 2025 con 32 equipos, en el mundo vuelven a sonar los tambores de guerra, y en Cuba se levantan nuevas voces disidentes. En un apartamento de Toronto, un crucense se acuerda de los Amigos y relee fascinado los versos dedicados a “El Desterrado”

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