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Por Jorge Menéndez ()
Cabrils.- El análisis de la realidad cubana contemporánea revela una paradoja profunda: mientras la economía se dolariza de facto y el Estado pierde capacidad de intervención, emerge una curiosa tendencia a buscar figuras mesiánicas que ofrezcan soluciones simples a problemas estructurales. La última de ellas es Sandro Castro, nieto de Fidel Castro, quien ha aprovechado la cobertura mediática contra plataformas como El Toque para presentarse como paladín de un mecanismo regulador del mercado cambiario.
La credibilidad de este personaje se sustenta únicamente en su apellido, ya que en cualquier otro contexto sus propuestas -como intentar fijar precios del dólar mediante convocatorias en redes sociales- serían consideradas como lo que son: un ejercicio ingenuo que ignora las leyes básicas de oferta y demanda. Resulta particularmente llamativo que se le permita erigirse en adalid económico cuando ha mostrado reiterada insensibilidad hacia los problemas que sufre la sociedad cubana.
El contexto real es mucho más complejo. El gobierno cometió un error estratégico al dolarizar la economía sin disponer de la liquidez necesaria para intervenir efectivamente en el mercado. Ahora reconoce la existencia de «distorsiones macroeconómicas», pero carece de los recursos financieros para corregirlas. Cualquier anuncio de regulación cambiaria sin respaldo en divisas resulta técnicamente inviable.
Mientras tanto, crece entre algunos sectores la tendencia a ver en este descendiente castrista a un potencial líder, lo que evidenciaría lo que algunos analistas denominan «el síndrome del pastor»: la persistente necesidad de una figura paternal que guíe los destinos nacionales, incluso cuando se trata de personajes sin formación, experiencia o credibilidad demostradas.
La situación económica actual, donde la subsistencia del cubano depende más del dólar que del peso, fue una consecuencia previsible de políticas mal diseñadas. La solución no vendrá de payasadas internet ni de métodos que pretenden ignorar las realidades económicas básicas, sino del reconocimiento honesto de que ningún país puede vivir de espaldas a las leyes del mercado por mucho tiempo.
El fenómeno Sandro Castro, aunque aparentemente intrascendente, sintetiza un problema mayor: la búsqueda de atajos mesiánicos para problemas que requieren soluciones técnicas, transparentes y basadas en la realidad económica. Mientras esta búsqueda continúe, la verdadera solución a la crisis cambiaria seguirá eludiendo al gobierno cubano.