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Por jorge L. León
Houston.- Cuando se pierde la dignidad, algo en el alma se fractura. Eso es lo que vive hoy Cuba: un quiebre profundo, silencioso y doloroso. En amplios sectores del país se ha naturalizado una conducta que hiere: la sumisión como norma, la obediencia como refugio, el silencio como escudo, la simulación como método de supervivencia. Esta costumbre—incubada por más de seis décadas—se ha convertido en una herida psicológica colectiva, un trauma que muchos ya no detectan porque se ha mezclado con la rutina de la vida diaria. Cuba se esta muriendo .
No siempre fuimos así. Este comportamiento es fruto de 66 años de condicionamiento sistemático. El miedo, la represión, el adoctrinamiento, el castigo ejemplar, la pobreza extrema y el desgaste emocional han moldeado una estructura mental de cautiverio. Se generaron vacíos, zonas donde la conciencia se apaga para evitar conflicto o culpa. La gente prefiere no pensar, no recordar, no cuestionar. Para sobrevivir, se protege del dolor… pero también renuncia a la libertad.
Por eso vemos hoy, con vergüenza y tristeza, a cubanos que dicen “sí” cuando quieren decir “no”. Que sonríen en desfiles mientras por dentro se sienten quebrados. Que repiten consignas que aborrecen. Que fingen entusiasmo ante el tirano Miguel Díaz-Canel mientras una parte íntima de su dignidad se marchita. Esta conducta no es cobardía pura: es la consecuencia final de un proceso metódico de humillación política que ha logrado convertir la obediencia en un acto reflejo.
Pero Cuba necesita lo contrario. Necesita que tú, que ayer te escondiste en el miedo, rompas hoy ese miedo. Que recuerdes que la dignidad es tuya, que ningún poder puede destruirla sin tu consentimiento. Necesita que entiendas que los errores cometidos no deben condenarte, sino impulsarte a rescatar la vergüenza perdida. Si no lo hacemos ahora, Cuba morirá para siempre.
El régimen ha perfeccionado un sistema de control emocional y mental basado en cinco mecanismos que se entrelazan y refuerzan:
Perder el trabajo, la comida, la vivienda o la libertad. Con ese miedo, el “no” se convierte en peligro, y la justicia queda desplazada por el instinto de supervivencia.
Al ciudadano se le enseña que dudar es traicionar. Muchos no solo temen rebelarse: se sienten inmorales por desearlo. Es un golpe directo a la autoestima.
Sesenta y seis años de adoctrinamiento generan automatismos. Aun cuando la gente deja de creer, sigue obedeciendo.
El ojo del vecino, del CDR, del delator voluntario. El cubano no teme solo al Estado: teme al entorno que lo vigila.
La lucha diaria por sobrevivir —colas interminables, apagones, escasez crónica— disuelve la voluntad. La energía para resistir se consume gota a gota.
Estos factores han creado un país fracturado, donde muchos no saben si su silencio es prudencia o derrota; si su sumisión es necesidad o costumbre; si lo que sienten les pertenece o les fue impuesto.
Pero incluso después de cautiverios prolongados, la libertad nace siempre de un primer “no”. Ese “no” íntimo, moral, silencioso… que luego se contagia.
Romper un sistema tan largo no comienza en las calles, sino en la mente. La liberación es primero un acto interior, ético y emocional.
Decir “dictadura” es recuperar claridad. La oscuridad es aliada del poder; la luz es su enemigo.
La dignidad renace cuando alguien decide no repetir consignas, no aplaudir lo que desprecia, no participar en farsas, no mentirse a sí mismo. Cada acto de honestidad abre una grieta en el muro del miedo.
El régimen sembró aislamiento emocional. Hablar, compartir dudas, reconstruir vínculos… es comenzar a respirar de nuevo.
Los grandes quiebres políticos comienzan con pocos decididos. El valor es contagioso; el miedo también. Uno debemos extinguirlo, el otro multiplicarlo.
Ellos cargan con las ruinas actuales, no con los mitos viejos. Hay que mostrarles que la libertad no es privilegio, es derecho; que su futuro no puede ser confiscado.
Pensar, decir y vivir en la verdad es un acto revolucionario en un país sostenido por la mentira.
No vendrá de Washington ni de Madrid ni de Bruselas. Nacerá de un cambio moral profundo, de una ruptura interior y de un renacer colectivo.
Cuba vive su hora final. O despierta, o cae. No hay término medio. Es un tiempo para que cada cubano se mire por dentro y descubra si aún queda fuego, si aún late la vergüenza, si hay fuerza para decir basta.
Si tú cambias, Cuba cambia.
Si tú renaces, Cuba renace.
Si tú alzas la voz, Cuba respira.
No importa el silencio de ayer.
Importa la decisión de hoy.
Di:
¡No más!
¡Basta ya!
¡Cuba merece vivir!
Porque si no lo hacemos ahora, Cuba morirá para siempre.