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Carlos Cabrera Pérez
Madrid.- El tardocastrismo sigue empeñado en esa pasión errónea por el tío Stiopa, mermando la independencia y soberanía de Cuba, a cambio de pequeñas limosnas que sirvan para agitar la maquinita de mentiras sobre una supuesta vuelta de los rusos a la isla, donde no están ni se les espera.
Que un sovietófilo confeso como Raúl Castro Ruz, personaje de la Guerra Fría, siga brindando por Stalinforma parte de su coherencia totalitaria, pero que Miguel Díaz-Canel acuda a Moscú a la enésima coronación del zar Vladimir Putin, el más anticastrista de los inquilinos del Kremlin confirma la miopía e incapacidad políticas del actual mandatario cubano.
Cuba no debe esperar nada de Moscú, desde aquella tarde gélida de 1979, cuando Yuri Andropov le dijo a Raúl Castro que se acababa el pan de piquitos; víspera de la llegada al poder de Ronald Reagan, que asistió gozoso al derrumbe del comunismo en Europa del Este.
Por si no bastara, la primera visita de Putin a Cuba fue un choque de trenes con Fidel Castro que, desde ese día, empezó a sentir afecto por Mijaíl Gorbachov, con quien se había entrado a trompadas dialécticas en La Habana. Putin cerró unilateralmente la Base de Lourdes y comenzó el retiro de la Brigada de Infantería Motorizada, basificada en la isla, desde la Crisis de Octubre.
Cuba es irrelevante geopolíticamente y Rusia, China e Irán no van a sacrificar sus relaciones estratégicas con Estados Unidos por sus vínculos con La Habana, que son meramente tácticos y de respuesta al avance de la OTAN hacia el este de Europa, al conflicto en torno a Taiwán e intereses económicos y la voluntad iraní de arreglarse con Israel y después con Estados Unidos, como ya hizo con Arabia Saudí en fechas recientes.
Díaz-Canel vuelve a La Habana con las manos vacías porque nada puede ofrecer a Rusia y mucho menos al conjunto de naciones euroasiáticas a las que pidió integrarse como miembro pleno y no seguir como mero observador. Cuba no produce nada, excepto presos, hambre y oscuridad; mientras sus socios tácticos saben que su suerte política está ligada a la generación de riqueza y prosperidad.
Obviamente, esos países seguirán votando contra el embargo comercial estadounidense en el show anual de Naciones Unidas, que sigue sin reconocer los volúmenes de compras cubanas al mercado más dinámico del mundo; incluidos alimentos, medicinas, prótesis médicas y 20 millones de dólares en carros, motos y repuestos.
Rusia sabe que Cuba tendrá que cambiar política y económicamente si quiere que el socialismo conserve un espacio en el imaginario político nacional. Tan mal le va al tardocastrismo que ha conseguido provocar dos corrientes, a priori antagónicas, pero complementarias: la oposición fidelista y los reivindicadores del batistato como época de crecimiento económico y prosperidad desigual.
La casta verde oliva y enguayaberada fue incapaz de aprovechar un crédito ruso de 200 millones de dólares para construir una moderna termoeléctrica y repitió el error del electricista en jefe de apostar por los grupos electrógenos y condenar a las plantas generadoras a su muerte lenta, pero inexorable, a ritmo de crudo cubano y violación de mantenimientos programados.
Ya casi nadie se acuerda del anterior ministro de Energía, Liván Arronte Cruz, destituido en 2022, pero sin que su sucesor consiga alumbrar Cuba; como viene ocurriendo desde el injusto truene de Marcos Portal León y como pasa ahora mismo con la demoledora tasa de cambio del peso cubano frente al dólar y el euro, que no ha parado de subir desde que el compañero Alejandro Gil Fernández fue becado en el único colegio que la revolución convirtió en cuartel: Villa Marista.
Menos mal que los hombres mueren y el partido es inmortal porque los primeros 200 años de una revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, son los más difíciles, ya después hasta los pajaritos cantan y las nubes se levantan.
Si no fuera mucho pedir, que el canciller Bruno Rodríguez releve al director de Protocolo, culpable del ridículo del presidente al bajar las escalerillas del avión con sus manos enguantadas, haciendo esperar a su anfitriona, mientras se quitaba la prenda necesaria para el frío. Ni siquiera la dulce Lis Cuesta, que estrenó gafas Trinitrón para la tourné moscovita, se percató del ridículo innecesario.