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Por Irán Capote
Pinar del Río.- Hace año de que mi vida cambió sin estar preparado, sin esperarlo.
No voy a entrar en detalles íntimos al respecto. Pero hace un año, de pronto, viví la peor crisis existencial de mi vida. Y aunque supe disimularlo muy bien, la depresión fue bastante honda.
Tenía motivos que pesaban más que yo. La migración había dividido mi vida. Y de pronto, sin más alternativa me vi en la calle como un nómada. Mis pocas pertenecias en par de maletas y mis mascotas conmigo.
Era una imagen muy dura para mi mismo. Treinta y cinco años y toda la vida desarmada frente a mí. Sin dinero. Sin comida. Sin la más mínima seguridad de nada en la vida.
Vamos, era normal que cayera silenciosamente en la depresión y la culpa existencial.
Gracias al apoyo de amigos siempre hubo manos para ofrecerme protección. Siempre hubo un plato de comida. Siempre hubo un mensaje de aliento.
No voy a decir sus nombres aquí, ellos saben todo lo que les agradezco. Ellos saben cuánto significó ese apoyo en aquel momento. Fueron varios los que estuvieron conmigo e hicieron todo lo posible hasta que logré encontrar un techo y pude volver a comenzar a componer mi vida prácticamente desde cero.
Pese a su apoyo, no pude evitar sentirme muy muy mal. Y preferí hacerlo en silencio. Todas las noches, cuando me iba a dormir en la cama que fuera, en el cuarto que fuera, separado de mis pertenencias y mis animales, caía en un llanto profundo. Era un llanto tan profundo como interminable. Y por más que lo intentara, no podía ver más allá de las crudas circunstancias del momento.
Todos los cuestionamientos vitales estaban ahí: “¿Qué he hecho con mi vida? “ “¿ Qué será de mí dentro de diez años si me viera de la misma manera?”…
Pero todas las noches, mi último pensamiento estaba puesto en Dios. Le pedía que junto al amanecer del siguiente día mis ánimos fueran levantando.
Y así fue.
Me fui levantando el ánimo. Y comencé a pensar en mí como prioridad por primera vez en la vida. Busqué ayuda profesional. Estudié libros y videos de autoayuda. Y me juré nunca más ser el mismo de antes. Me juré cambiar mi manera de ver la vida.
Y la depresión fue cediendo hasta quedar solo en un susurro…
Salí de esa. Y creo que me ha ido bien. Creo que me ha ido mejor que antes. Pero el recuerdo de aquellos días se activa de vez en cuando como una alarma.
Todos los días se lo agradezco a Dios, a mis santos, a las energías positivas del universo.
Para compensarlo, integro grupos en Facebook que integran personas con depresión y trato de ayudarles.
Ahí, frente a sus motivos y desesperos, frente a sus profundas ideas depresivas, lo primero que hago es decirles que dentro de un año no se verán igual, que el tiempo cura y repara.
Que un día se harán una foto como esta que me hice hoy, llena de risa y color.