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Por Irán Capote
Pinar del Río.- Mi vida ha estado marcada por dos vicios: el cigarro y el teatro. El teatro es peor que la nicotina. Yo fumo desde los veinte años. Y empecé con el vicio del teatro desde los doce. Pudiera decir hoy que les debo todo lo que no tengo. Pudiera decir hoy que son los culpables de todos de mis quebrantos, de todas las angustias.
Pudiera decir hoy, a mis treinta y cinco, que he entregado mi juventud al teatro. Y que el teatro, en cambio, me ha quitado la posibilidad de enfocarme en cosas vitales y necesarias: tener una casa propia, con un jardín, un huerto, un panel solar, una alberca, unos hijos, un carro, una moto, una cuenta bancaria, unas cabras…. Todo eso allá en Suiza, claro está. O en Costa Rica, perfectamente.
Pero cuando uno se engancha al teatro -y más en una isla como esta- renuncia a la prosperidad financiera. Porque sigue siendo un arte de pobres por los siglos de los siglos.
A mí el teatro no me ha dado nada material. Y sin embargo, me ha hecho el hombre soñador que soy.
He estado días sin fumar a fuerza de voluntad. Y luego he vuelto por capricho o necedad.
Pero no ha sido así con el teatro. Del teatro he intentado despegarme, abstenerme a él. Y no he podido aguantar ni un solo minuto, porque todo lo que mis ojos ven, lo que mis oídos escuchan, comienzo a teatralizarlo irremediablemente.
Y cuando digo todo, es todo, por profundo o banal que parezca. Digamos que estoy frente a un paisaje determinado y que aunque mi corazón me diga que lo disfrute a plenitud, el maldito vicio del teatro aparece y me hace pensar cómo describir ese paisaje en una escena, cómo ponerlo en un escenario y cómo decirle a un actor que represente luego esa sensación en ese espacio determinado.
Y así ocurre mi vida durante las 24 horas de un día durante todo un año. Durante toda la vida.
Es una adicción terrible, ingrata. Y tan placentera, tan vital….
Es una enfermedad que tal vez no termine con la muerte.
Felicidades a todos los teatristas del mundo. Teatro es lo que hay, Teatro es lo que toca.