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Por Oscar Durán
La Habana.- El silencio que envolvió el segundo juicio de Alejandro Gil Fernández, en Marianao, tiene ese olor rancio de los procesos que el régimen esconde cuando la máscara se les resbala. No hubo prensa extranjera, no hubo anuncio oficial, no hubo nada que permitiera a Cuba mirarse al espejo y entender qué demonios pasa con el hombre que, hasta ayer, era el rostro económico del país. Duele ver cómo juegan a la transparencia con un cristal empañado. Esta vez no se habló de espionaje ni de acusaciones hollywoodenses; se habló de dinero, de corrupción, de influencias y de lavado. Y cuando el régimen mete la mano en ese saco, ya todos sabemos quién termina pagando los platos rotos.
La opacidad fue tan descarada que hasta la familia tuvo que firmar acuerdos de confidencialidad para poder ver al acusado. Es el colmo: ni velorio sin permiso dejan hacer. María Victoria, la hermana, contó que Alejandro admitió algunos delitos, pero insistió en lo evidente: el exministro es el chivo expiatorio ideal para un grupo de intocables que nunca pisará un tribunal. Lo digo sin rodeos: cuando el sistema necesita lavarse la cara, escoge siempre a uno de los suyos para sacrificarlo, mientras los verdaderos responsables siguen tranquilos, guardados, intocables, como si la justicia fuera un juego infantil al que solo ellos ponen las reglas.
La supuesta “traición” de Díaz-Canel, según la familia, es el detalle que completa esta novela turbia. Que el presidente de un país declare contra su antiguo ministro retrata perfectamente la miseria moral que gobierna la Isla. Se tiran los trastos a la cabeza cuando la cosa se complica, cuando los intereses militares, tocados por la Tarea Ordenamiento, deciden ajustar cuentas. Hoy Gil ya no es el economista estrella, ni el técnico disciplinado, ni el rostro sonriente de los anuncios oficiales; hoy es el hombre que empujan al vacío para que, en la caída, arrastre toda la suciedad que otros fabricaron.
Entre los temas discutidos en la audiencia estuvo la posible confiscación de su vivienda en Miramar. Ahí es donde mejor se entiende la maquinaria represiva: cuando la justicia deja de ser justicia y se convierte en saqueo. Si te voy a destruir, te destruyo completo. No importa que hayas servido al gobierno durante años, no importa que hayas repetido consignas, no importa tu lealtad: cuando ya no eres útil, el sistema te exprime hasta dejarte en los huesos y te exhibe como trofeo de su falsa lucha anticorrupción.
Este segundo juicio, tan hermético, tan sórdido, tan predecible, confirma algo que venimos gritando hace tiempo: en Cuba los procesos no buscan culpables, buscan víctimas. Y esta vez, la víctima escogida es Alejandro Gil. El régimen pretende hacernos creer que está limpiando la casa, cuando en realidad está escondiendo la basura debajo de la alfombra. Pero lo más triste es que, mientras ellos juegan a la justicia selectiva, seguimos hundidos en apagones, miseria y un país que se cae a pedazos.