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El reino de la basura y el ritual eterno de las excusas

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Por Yeison Derulo

La Habana.- La capital cubana vuelve a ser protagonista de uno de esos informes interminables donde todos hablan de eficiencia, de planes, de cifras de basura recogida y toneladas de reciclaje, pero nadie menciona lo evidente: la ciudad está hecha un muladar y el gobierno sigue pretendiendo que la culpa es de los neumáticos, de los aceites, del combustible que nunca llega y del sol que salió por donde no debía.

Esta vez, el acto litúrgico ocurrió ante Díaz-Canel, Marrero, Lazo y toda esa comitiva que viaja más que el propio Aedes aegypti por los barrios de la capital, hablando de residuos sólidos como si estuvieran presentando un proyecto científico de Harvard, cuando lo único sólido en esta isla es la miseria acumulada durante 65 años.

El estudio “profundo” sobre la generación de basura en los hogares habaneros es casi un poema al absurdo. No hacía falta un ejército de científicos, universidades y ministerios para saber que La Habana produce toneladas de desperdicios diarios: basta con caminar por Centro Habana, Marianao o el Cerro para ver contenedores desbordados, ríos de inmundicia y fosas reventadas decorando la vida del cubano promedio. Pero ahí estaban ellos, mostrando sus datos preliminares como quien anuncia un descubrimiento revolucionario. Que si se recogieron 91 mil metros cúbicos en una semana, que si 13 mil diarios, que si faltaron 73 equipos por falta de combustible… la misma cantaleta de siempre, letra por letra, excusa por excusa.

Mientras tanto, anuncian con orgullo que crecieron las brigadas de barrenderos, como si barrer sin recoger fuera un avance científico. Y celebran la fabricación de 40 carritos piker, como si eso fuera la modernización de un país. Se les llena la boca diciendo que recuperaron 197 toneladas de reciclables, cuando la capital entera vive oliendo a podrido. Es ridículo verlos pontificar sobre eficacia mientras muestran fotos donde todos parecen satisfechos, como si estuvieran entregando un país limpio y ordenado. La realidad, sin embargo, es que si llueve, La Habana huele a cloaca; si hace sol, huele a quemado; y si pasa una semana sin recogida, huele a derrota.

Pero lo más pintoresco es cuando mencionan, casi con orgullo ideológico, que cada actor económico firmó contratos de gestión de desechos “como estableció el Che Guevara”. Ahí está la raíz del problema: todavía en 2025 siguen gobernando con la mentalidad de un manual oxidado de los años 60. No importa cuántas toneladas digan que recogieron o cuántos contenedores entregaron; mientras el sistema siga podrido, la basura será el espejo más fiel del país. La Habana no tiene un problema de residuos: tiene un problema de modelo político.

Y al final, cierran la reunión con el clásico regaño de Díaz-Canel. Que si hay que movilizar estudiantes, que si hay que apelar a reservas, que si los municipios “no tienen justificación”. El presidente regaña, los otros asienten, los ministros toman nota y después todos se van para sus casas limpias, con sus refrigeradores llenos y su calle asfaltada. Y La Habana queda igual: hundida en basura, con dengue subiendo y con una población resignada a vivir entre mosquitos, apagones y contenedores rotos. Lo realmente triste es que ellos saben que el problema no es la basura, pero prefieren seguir recogiendo métricas en vez de recoger el desastre que ellos mismos han creado.

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