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EL REFLEJO DE LA LUZ EN LAS BALDOSAS

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Por Gretell Lobelle ()
Mantilla.- Lo malo de los estereotipos es que la gente se va a los extremos. Este vicio de deconstruir estereotipos no me hace perder la perspectiva. Soy lo que soy: soy guajira. Nunca, ni de roce, voy a ser «intelectual».
Me gusta andar descalza y por respeto a mis visitas no les pido que se quiten los zapatos cuando llegan a casa, pero no hay cosa en este mundo que me incomode más que caminar y sentir «churre» en el piso.
Me puedo acostar y de pronto entrarme un «perro insomnio» y tener que levantarme, sonar tres cubos de agua y empezar a baldear. A mí me gusta almacenar colchas de trapear y líquido fregasuelos. Hago malabares para que no me falten estropajos y aluminio, «pal culo» de mis cazuelas. No soporto una cazuela mía tizná.
Lo jodido en todo esto, donde me revuelo, es que el macho me mande o cuestione las labores del hogar. Ese es el instante donde queda automáticamente desclasificado. He ahí el drama, mi veta feminista, la dicotomía entre placer y estereotipo.
Me gusta mi casa. El olor de la ropa recién tendida, el movimiento del viento en la ropa blanca. Me gusta el blanco pulcro. Hay amigas que traducen mis manías como locuras y me miro al espejo a ver si la cara se me arruga por aquel dicho de «mujer de casa cara arrugá».
Yo hallo en esos rituales una satisfacción increíble. Rituales en mi tiempo, ese tiempo donde empiezo a las 7 am y puede que a las 9 pm aún esté en el proceso de lavado. Suelto, leo páginas de un texto y sigo. Si algo aprecio después de los 40 es el tiempo. Acordarme en las horas y revolotear en ellas. Hacer y deshacer en esta «quintica de casa de Mantilla».
Riego mis matas, ellas saben que «plantas» es un término superior, le doy de comer a la gallina, la gata y el perro, y si me da por sembrar empiezan a quedarse cosas pendientes que retomo después.
Una mujer debe ser feliz, debe defender aquellas cosas que le dan placer. Lo demás es mierda, estereotipo y poder. Quizá por eso estoy sola, encajar es difícil cuando todos funcionan con un orden mental en esquemas.
Adoro los silencios de mi casa, aprecio el silencio y es para mí el mejor sonido. Adoro el olor a limpio, en las cosas y la gente. Disfruto la energía de la lectura, muchas veces, justo en el sillón del comedor, el sitio donde todo el que llega a casa cae en un estado de sueños, y es que mi casa calma. Por eso me empeño en dejar los «ìgbín» (caracoles) que son los responsables.
Y sí, no critico a quien cree estos actos una pérdida de tiempo, una tarea obligada, una acción menor en evolución de la libertad de una mujer. Una mujer debe disfrutar, sobre todo entender aquello que le da placer más allá de un canon. No me entrego a un acto para nadie. Decido el momento porque es placer, no obligación.
Mi guajirá me representa en acto volitivo, en gusto de amanecer un domingo. Soy un romerillo silvestre. A los 48, los días no son significados ni significantes. Llenar la casa de agua, instaurar el olor a limpio, servirme una copa de vino y ver el brillo, el reflejo de la luz en las baldosas.

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