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Por Rolando Feitó ()
Novosibirsk.- Elegí la carrera de Ingeniero Cartógrafo porque desde que era muchacho me gustaba dibujar. Pensé: bueno, los mapas son dibujos hechos con determinada precisión así que me voy a «pasear» con facilidad esos cinco años de estudios. Para no hacerles largo el cuento solo les diré que tuvimos Matemática superior ¡hasta el primer semestre de mi quinto año!
Y como estudiante fui siempre un finalista crónico, a menudo faltaba a clases pero cuando asistía atendía muy bien a las explicaciones del profesor.
La cosa se ponía tensa siempre a la hora de los exámenes. Tenía que pedirle las libretas a las muchachas del grupo paralelo que no faltaban nunca a clases y copiaban con muy buena letra además.
Entre un examen y otro por lo general tenías tres o cuatro días, tiempo más que suficiente para estudiar y prepararse, pero, lamentablemente yo pertenecía al equipo de estudiantes cubanos que festejaba los resultados del examen recién finalizado y a menudo esos festejos se prolongaban hasta dos días consecutivos, lo cual reducía peligrosamente mi tiempo de preparación para el siguiente examen.
Recuerdo que cuando me encontraba por los pasillos a David Fornet o a Luis Cruz Hernández, mis colegas de año que eran mucho mejor estudiantes que yo y sí aprovechaban el tiempo entre exámenes para prepararse bien, me preguntaban: ¿por qué tema vas? Yo les respondía casi siempre que aún no había empezado a estudiar los temas, y entonces sentenciaban con mucho realismo por cierto: ¡estás embarcado!
Y era cierto. Estaba embarcado pero tenía siempre un último recurso, el recurso del buen finalista.
Con mi compañero de cuarto Manuel (buen finalista también) la tarde antes del día del examen reuníamos todos las libretas de notas, la cafetera para hacer el té bien fuerte y comenzábamos un maratón que duraba toda la noche, estudiando sin dormir.
Por la mañana, nos aseábamos y con la moral más alta que el Everest nos presentábamos en el aula a ver si teníamos suerte con la boleta de examen. Antes de entrar siempre pensaba: si me dan una nota de tres puntos ¡hago una fiesta!
Y luego, al salir del examen con una calificación de cuatro puntos me decía: estuve a un milímetro de coger cinco.
Pero para los finalistas ese milímetro faltante eran los cuatro días que te daban para estudiar y no se aprovechaban…