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Por Saylí Alba ÁLvarez ()

Sancti Spíritus.- La salida del Sistema Eléctrico Nacional me da igual. Nunca tengo electricidad, sólo cuatro horas al día. Noche tras noche duermo sin electricidad con un pequeño ventilador recargable que ya perdió la fuerza y tengo que pegármelo a la cara.

Los mosquitos me pican los brazos y las piernas. No puedo taparme más de lo necesario por el calor y la fatiga. Tengo días en los que me cae todo ese cansancio encima y me pongo pesadísima.

Ayer, al mediodía me dormí y me desperté bañada en sudor, tuve que salir afuera a respirar un poco y echarme agua en la cara.

También fuimos a una comida a casa de unas amistades que viven cerca del hospital y el niño se durmió y me dijeron que lo acostara; el golpe del aire acondicionado en el cuarto me revolvió el alma y me quedé un ratico acomodando a mi hijo y pensando en mi cuarto, en mi aire frío, en la calidad de vida que siempre defendí y que ahora no tengo.

Miré un rato el split de aquel cuarto, el frío, la claridad de la casa y suspiré.

Hay una parte importante de la población cubana, entre los que estoy yo, que no podemos ni soñar con reponer un ventilador recargable y mucho menos pensar en algo más.

Cada noche me espera el suelo. Un colchón frente a la puerta abierta y cuando ponen la electricidad al amanecer, tengo que planchar uniformes y guayaberas o simplemente preparar al niño para la escuela.

En fin, esto es un círculo, un ciclo indeterminado. No me importa si quitan o ponen el Sistema Eléctrico Nacional, nada cambiará para mí y para los míos.

Nos está negado el servicio de la electricidad. El refrigerador tiene peste. Sale un vapor caliente, desagradable y la comida se compra diaria. Cualquier gangofia compramos y comemos silenciosos y apurados.

El servicio eléctrico jamás debió estar en esta situación. Debió ser prioridad, urgencia, porque es la calidad de vida de un pueblo trabajador que sólo ha tenido dos alternativas: irse huyendo de aquí o resistir sin quejarse.

La otra parte, la que ha logrado acumular capital, la que a partir de una posición determinada ha logrado, en detrimento de los más elementales valores y echando por tierra los ideales que los han colocado en esos puestos, esos no son el pueblo.

El pueblo somos nosotros. Los que aún, en medio del caos, del calor, de los mosquitos, del hambre, de la falta de oportunidades, seguimos andando y esperando la luz que alumbra más allá del Sistema Eléctrico Nacional.

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