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EL POSTE, EL CIUDADANO

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Por Javier L. Mora ()
Santiago de Cuba.- Este es Fabián. Fabián tal vez no recuerde que, en el barrio, con menos de veinte años, algunos le decíamos el Poste. Fabián es un flaco largo que mide dos metros. La barriada se disputaba siempre a Fabián, y a un par más como él, en cualquier equipo de pelota o fútbol o cuatroesquinas. (Este último sobre todo, que se juega con una pelota de tennis sin forro, con la goma viva, donde las bases están muy cerca unas de otras, por lo que se necesita reflejos extraordinarios y alta elasticidad en el terreno. Y esto, sin obviar el detalle de que se juega descalzos sobre el pavimento, rompiéndote los pies contra una piedra, rompiéndote los pies contra el piso, rompiéndote los pies…).
Fabián fildeó un día, en un juego de cuatroesquinas, jugando a la defensa en primera base, una pelota imposible, una pelota disparada por el puño de alguno a alta velocidad, pegada al piso, un poco más allá del centro entre tercera y primera. Fabián se estiró como una anguila, un elasticman, un majá, y, sin soltar el pie izquierdo de la base —una piedra del tamaño de un ladrillo sobre un trozo de cartón—, con la mano derecha alargada como el cuello de una jirafa, atrapó el rolling de la leyenda, haciendo out inmediato en primera base. Un out de revista: uno que no se puede registrar, y que, sin embargo, ocurrió, aunque después nadie pudiera explicar cómo.
Alguien, del grupito de los que veían el juego desde afuera, gritó:
—¡Mira, se estiró como un majá! ¡Es como un poste!
Entonces, algunos le empezamos a llamar el Poste.
El Poste también es largo en estatura ciudadana: Fabián estuvo entre los que salieron el 11J a decir “Libertad” en las calles de Santiago de Cuba. Un tribunal orquestó una pieza pública donde todo estuvo a la altura del mejor teatro, con final previsto de antemano, incluido el dato no menor, pero evidente para casos políticos, del falso testimonio: un par de “testigos” aseguraron haber visto a Fabián —video incluido en el que este ni siquiera aparece— en un sitio determinado de la ciudad (frente a la sede provincial del Partido, por ejemplo) cuando en realidad estaba siendo detenido, justo entonces, en otra parte.
A Fabián le adjudicaron [Causa 447, exp. 126], en una suma que a cualquier democracia le parecería de afrenta a la justicia y el derecho, a razón de tres por tipo de cargo, nueve años de injusta condena en general por atentado, desacato y desorden público…
Así, el único “delito” de Fabián es el de haber ejercido su derecho a la libre expresión y manifestación en un territorio llamado Cuba, un derecho que, aun recogido en los artículos 54 y 56 de la Constitución de 2019, el Gobierno cubano hace invisible cuando se trata de expresiones públicas de disenso, cuando la ley se tiñe del sesgo partidista/discriminatorio propios de una dictadura y la carta magna deviene servilleta de papel.
Fabián es uno de los más de mil presos políticos que tiene el país, víctimas de los estertores de un proyecto de nación fracasado en cualquier ámbito, víctimas de la dictadura más longeva de Occidente: en sus coletazos finales antes de que se detenga, cuando la impopularidad general del Gobierno sobrepasa públicamente y con creces a los estándares de su “aceptación”, el poder recurre al escarmiento, y la antigua técnica de terror público engrasa sus maquinarias y pone a funcionar sus mecanismos. Para la máquina-Estado no importa qué consecuencias tenga el ejercicio —es decir, desconoce el “quién”—: el individuo en totalitarismo debe serle fiel o, cuando menos, guardar el silencio de la prudencia frente a ella, puesto que sus mecanismos de corrección estarán siempre en el orden del terror.
Luego, papá-Estado, ilustrando el punto inflexible de su parodia de democracia, rige sobre el destino de la sociedad con mano diestra para el castigo, imponiendo el miedo a través de él.
Si es cierto que —dice un poeta— “un héroe es el que va más allá / del lugar que le indica su padre”, en contextos de opresión e individuos sin voz, héroe es solo el que un día se proclama ciudadano y acude a la plaza pública a expresar pacíficamente sus derechos, aun a sabiendas del posible castigo.
Fabián, el Poste, ha adquirido esa condición. Por cada minuto que pasa allí donde está, injustamente encarcelado, sigue sacando outs en primera al régimen caduco y dictatorial que pesa sobre la isla, en este cuatroesquinas que dura ya 65 años donde el único que pierde, aunque siga al bate, es el poder: Fabián es el ciudadano que, por expresar su ser ciudadano, ha conseguido el carácter del héroe.
Fabián es padre de dos niños de 6 y 10 años de edad respectivamente. Imagino que, mañana, cuando su padre esté libre y acabe este juego macabro y comience a jugarse, otra vez, sobre el terreno de la democracia, estos niños escucharán cosas como estas:
—Estos son Fabio y Nazly. Hijos de uno de los presos políticos de la época color del miedo, la época de la dictadura. Puede decirse que su padre fue el héroe anónimo del 11J que dicen los libros de Historia. Es decir, un ciudadano.

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