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Por Yeison Derulo
La Habana.- La postergación del noveno congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) no es un hecho menor ni una simple reprogramación administrativa, como intenta presentarlo el discurso oficial. Es, más bien, otra señal inequívoca del colapso de un modelo político incapaz de sostener incluso sus propios rituales de legitimación. Cuando un partido que gobierna sin oposición decide aplazar su máximo evento interno “hasta nuevo aviso”, lo que queda al desnudo no es prudencia, sino parálisis.
Que la propuesta haya partido de Raúl Castro, todavía presentado como “líder de la Revolución”, confirma hasta qué punto el relevo generacional es más simbólico que real. A más de cuatro años de haber cedido formalmente el liderazgo partidista a Miguel Díaz-Canel, sigue siendo Castro quien marca el ritmo, dicta prioridades y define cuándo y cómo se mueve la maquinaria política. La carta enviada al Comité Central no es un gesto de reflexión estratégica, sino una orden envuelta en retórica de sacrificio y disciplina.
El argumento central —“consagrar todos los recursos del país a resolver los problemas actuales”— resulta, como mínimo, cínico. El PCC lleva más de seis décadas controlando absolutamente todos los recursos, decisiones y políticas del Estado cubano. Si hoy el país está hundido en una crisis estructural, con apagones interminables, inflación descontrolada y escasez crónica, no es por falta de tiempo ni de congresos, sino por la obstinación ideológica y la incompetencia de quienes gobiernan. Posponer el congreso no resuelve nada: solo aplaza, otra vez, cualquier atisbo de rendición de cuentas.
Más revelador aún es el tono justificativo con el que se insiste en que la decisión “no debe verse como un retroceso”. Cuando un poder necesita aclarar que no está retrocediendo, es porque sabe que lo está haciendo. Reducir a un día las sesiones del Comité Central y del Parlamento, cancelar reuniones y recortar debates en medio de la peor crisis en décadas no es eficiencia: es miedo al desgaste, a la exposición y, sobre todo, a reconocer fracasos que ya son imposibles de ocultar.
Mientras el Partido se repliega y administra su propia supervivencia, el país real sigue desangrándose. La crisis económica se profundiza, las enfermedades avanzan sin recursos sanitarios suficientes y las familias entierran a sus muertos en silencio. En ese contexto, hablar de “crear condiciones para un mejor congreso futuro” suena a burla. Cuba no necesita más aplazamientos ni más consignas recicladas; necesita un cambio estructural profundo. Todo lo demás —incluida esta postergación— no es más que tiempo ganado por una cúpula que ya no sabe cómo gobernar ni cómo irse.