Por El Estado como tal
La Habana.- En estos días se ha hablado sobre la estabilidad macroeconómica como “prerrequisito” de la estabilidad cambiaria en Cuba, pero conviene moderar las expectativas porque salir de una estanflación demora y requiere una política macro que no está claro que hoy esté aplicándose.
Como es usual en una fase de recesión, el gobierno cubano ha empleado de manera diligente la lógica keynesiana de “bombear” gasto estatal para reanimar la demanda, pero el déficit fiscal resultante y la liquidez monetaria acompañante han desatado la inflación.
No se trata de que la elevada inflación desencadenada en 2021 sea únicamente el resultado de una política fiscal y monetaria laxa. También hay factores externos, pero sobre todo ha influido la incapacidad de respuesta de oferta interna ante el aumento de la demanda.
La típica restricción de oferta de economías con “planificación centralizada” se agravó en Cuba con la aplicación del paquete económico conocido como “ordenamiento” que, a partir de cambios de precios relativos, se presentó como el vector de salida de la crisis, pero fracasó.

La política macroeconómica en Cuba se enfrenta al problema de que con el tipo específico de estanflación actual no es suficiente el manejo de instrumentos convencionales como el gasto presupuestario, los impuestos, el déficit, las tasas de interés y la emisión monetaria.
En ausencia de una transformación estructural previa que mejore la capacidad de respuesta de oferta, la política macro para apoyar la demanda no se traducirá en el aumento de oferta que requiere la estabilización, sino en inflación y en debilidad de la moneda nacional.
Quizás con la bancarización, la “formalización” de mercados, “concertaciones” de precios, la acuicultura casera, etc., estemos viendo un nuevo intento de forzar administrativamente lo que no va a salir de políticas macro que no cuentan con una estructura que genere oferta.
Obviamente, producir una transformación estructural es mucho más complejo que hacer política macroeconómica, que ya es compleja en sí misma, pero el paradigma económico oficial sigue anclado en la “planificación centralizada” y eso es un problema político, no económico.