
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Renay Chinea ()
Barcelona.- Cuando mi familia de Pinar del Río empezó a emigrar —a escaparse lentamente— me vi de pronto en una unidad policial de emigraciones, haciéndole la media no recuerdo a quién, para que se fuera.
En el fondo uno iba a esos lugares a dos cosas: a aprender… a mirar cómo era el torbellino de succión, que te haría salir de allí, aun medio muerto y tururato; pero también a “hacer la media”, esa costumbre tan cubana.
Era un sitio asqueroso. Con alambradas, sin árboles… bajo el sol tropical. Eran unas oficinas espantosas, de techo de uralita tóxica, y paredes pintarrajeadas con frases torpes, propaganda barata y rostros de mamarrachos en las paredes.
El paisaje humano no era menos descorazonador: unos empleados agresivos, maleducados… generalmente gordos y sucios, reclutados en los rincones más deprimidos de cada provincia. Uno los miraba y no eran nunca del pueblo. Nadie los conocía. ¿De dónde habían salido? Uno nunca pudo averiguar qué burra los había cagado, porque ciertamente, parecían más a un cagajón que a una persona.
Había, en la acera del frente, un triste arbustillo de Cupido, cuya sombra, cuando habían pasado las doce… se iba alargando hacia las puertas de la “Oficina”, donde esperaban dentro, “los compañeros funcionarios”, sentados.
Nadie sabe cuántos hombres sentados puede producir un país comunista. Es más, Ud mándeme una foto al azar, de cualquier calle de cualquier país y le diré el grado de comunismo que padece. Eso explica por qué Polonia —el país más carbonero de Europa— dejó de producir carbón apenas llegaron los rojos; o Cuba, azúcar… o Venezuela, petróleo. ¡Uno de los rasgos distintivos del comunismo, es el culo en el taburete…!
Aunque pueda parecer contradictorio, debo decirles que de todas formas, la cola para pirarse, era algo endemoniado pero placentero. Una reafirmación. Por un lado, en la larga espera al sol, la gente se ayudaba, se brindaba agua… daba indicaciones sobre cómo resolver este papel y aquel y aquellos otros.
La conmiseración traía una fuerte carga solidaria. Como en todo régimen carcelario, encontrar a alguien que comparte los deseos de salir, hermana más que subir lomas, que dijo el poeta.
Hay en Cuba, una clasificación específica, que es el “Guajiro Colorao”. Son esos emigrados peninsulares, probablemente españoles de origen germánico, que fueron a parar a la isla… y se abrasaron, con sus ojos zarcos y cabellos rubios, bajo el implacable sol reverberante, que les pone las orejas coloradas.
Ese era el caso de Manolo. Un campesino de San Juan y Martínez, con muchas generaciones en el cultivo del tabaco. Le comenté que mi padre en Las Villas sembró alguna vez tabaco, pero lo dejó porque no se le daba bueno. Y me explicó las diferencias del suelo en Las Villas comparado con el de San Juan y Martínez…! Y también el régimen de lluvias y de vientos… que sé yo.
Esa fue la época en que empecé a pedir un visado en cada consulado. Las conversaciones en aquellas colas de inmigración daban una idea de cuál consulado podría dar con mayor o menor facilidad una visa, y ese día alguien me sugirió que debía probar en la Sacrosanta Oficina de Intereses de USA, en Cuba, pues a un conocido de un primo de un pariente suyo, le habían otorgado un visado…!
—¿Pa la Yuma? —le dije extrañado.
—Sí, sí… —me decía el otro.
Y ahí metió la cuchareta Manolo:
—¡Imagínese Ud, que el funcionario se equivoca de cuño…! Porque a mí no me jode nadie: el cuño bueno y el malo tienen que estar ahí cerquitica… —¿y si de pronto va a coger el malo y te pone el cuño bueno? —A esa hora no va a virar patrás…
El otro día me acordé de Manolo. Tenía ganas de irme al Nordeste de USA. Apagado el ardor del verano de la Costa Brava, me gustaría ir al norte de Norteamérica, a na… a pasear yo solo. Quiero ir a un pueblo pequeño, con un hotel y una fonda. Con árboles rojos en otoño, y gente aburrida que no hace nada en medio de la belleza de la Estación.
Pero no sé si existe. Algo como tomar un vuelo en Barcelona hasta Nueva York, de ahí, un tren a Toronto y hacer noche en algún recoveco del otoño. Ver el Niágara, la tarja del poeta, ir a Montreal… y, antes de volar a Miami, llegar a la casa de Emily Dickinson, en New Hampshire, a agradecerle que me haya mostrado antes que nadie, el otoño.
Pero he vuelto a recordar a Manolo —les decía—. Porque de Pinar, salí derecho a La Habana, y enfrenté ese género lúgubre, amargo… que es “La Entrevista con el funcionario americano”.
El diálogo con los represores castristas era de judío a nazi. Un éter denso de desprecio se interponía entre tu mirada y la suya. Con el funcionario americano el intercambio es más psiquiátrico:
—¿Ha cometido usted algún crimen contra un ciudadano americano?
—¿Tiene intención de derrocar el gobierno de los USA?.. y mil cosas por el estilo.
El funcionario americano que me atendió una tarde, me preguntó, luego de varias preguntas tontas:
—¿Sostiene Ud que si yo le otorgo un visado, Ud va a volver a Cuba? -Y lo vi hacer un movimiento con la mano… como buscando algo. ¡Ahí mismo me vino a la mente el maldito cuño de Manolo…! Los dos: El bueno y el malo. Mi vida, con 25 años, dependía, de un movimiento como si fuese de una pieza de ajedrez, en un tablero. Sabía bien, que esa jugada determinaría la nacionalidad de mis hijos, de mi mujer y mi suerte. Y yo acordándome del desenlace del Guajiro Colorao.
Cuando le tocó el turno, en la oficina de Pinar del Río… Inmigración le negó la salida. Dijeron que, como él lo que sabía era sembrar tabacos… eso era “actividad primordial” y le negaban la salida. Con su cara al sol, rojo como un tomate… dio media vuelta y se dirigió al oficial.
El empleado americano se quedó mirándome un instante, pensando repetirme la pregunta.
—Sostiene Ud., que si yo le otorgo… y le interrumpí…
—Ah, no joda compadre…¿ Ud se cree que si yo pongo una pata en América voy a volver a este infierno…? ¡Me doy una quedada histórica, chico…! Y el hombre, esbozó una sonrisa tras el cristal con aire acondicionado. Mientras, me coló por debajo el objeto que antes buscaba su mano: mi pasaporte denegado de antemano.
—Díganme que no todas las veces que les dé la gana… que los guajiros somos como el carnero: mientras más nos hacen recular, más duro el cabezazo cuando vamos pa’lante… —dijo Manolo describiendo la sensación general entre una risotada.
Les decía que me acordé de él, pero esta vez, ya se me quitaron las ganas. Estuve planeando mi viaje al otoño americano pero creo que no va a poder ser. Resulta que después de ser español hace 22 años, el gobierno USA me pone restricciones severas, por cuatro letras que hay en mi pasaporte: Cuba.
Los imperios caen, cuando el sentido común desaparece. En toda mi vida habré tenido tres hobbies: uno de ellos, fue ser pro-americano. Puedo jurar sobre el “We the people of Virginia”… que soy más anticomunista que Trump… que aprendí inglés solo, y traduje a Dickinson y a Whitman y a Longfellow, por amor al imperio americano, pero hoy, me es más fácil ver el otoño en Rusia, o en China… que en América.
Hoy mientras llenaba el infierno de planillas y documentos y pruebas del consulado americano en Madrid… me vino a la mente Manolo, aquel hombre que al final logró largarse, para trabajar en las plantaciones de tabaco, que tenía un cubano americano en Honduras.
Metí mi pasaporte español en el cajón… y decidí que Tailandia, Dominicana o Uruguay, son un magnífico destino. Ya este carnero está viejo: si me hacen recular mucho, vuelvo la espalda y me largo con mi música a otro lado.
El otoño, puede estar en otra parte. En cualquier otra parte, qué cojones.