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Por Alina B. López Hernández
Matanzas.- Mañana se cumplirán 102 años de la Protesta de los Trece y dos años desde que salí por primera vez al espacio público en una protesta pacífica; en que decidí que escribir sobre la realidad de mi país ya no era suficiente ante la gravedad de lo que vivíamos.
Muchas personas me han preguntado por las razones para escoger esa fecha. Tiene mucho que ver con nuestra historia y sus simbolismos; y yo soy historiadora.
Aquella acción cívica, acaecida el 18 de marzo de 1923, evidenció nítidamente la fractura entre los viejos patriotas y la juventud intelectual. El instante en que el jovencito Rubén Martínez Villena, a nombre de quince compañeros presentes —de los cuales solo trece suscribirían el documento redactado a posteriori—, interrumpía un acto oficial del Club Femenino de Cuba, que homenajeaba a la educadora uruguaya Paulina Luissi, para interpelar a un ministro corrupto y retirarse del hemiciclo de la Academia de Ciencias, se convirtió en un hito.
Su intimación al funcionario pudiera parecer poco heroica desde la perspectiva actual, pero hay que reconocer el valor cívico de aquellos jóvenes, casi todos poetas. Al retirarse del salón de actos, rompían con la costumbre de agradecimiento sin límites a la historia política de los mambises, convertidos para entonces en políticos republicanos; tradición recibida en su seno familiar, en sus escuelas y a través de los medios.
Muchos de los antiguos revolucionarios habían devenido clase política. Se convirtieron en demagogos populistas, en un grupo de poder vinculado por redes de clientelismo y corrupción. Pero su influencia estaba a punto de concluir. Para Juan Marinello (uno de los protestantes), aquel fue el «bautismo de dignidad» de su generación. A partir de entonces, se irían desmarcando, paulatina pero decididamente, del modo de hacer política de sus predecesores y buscando un cauce propio. Jamás volvieron a ser continuidad. De las continuidades no nacen generaciones políticas.
El hecho sucedió durante el gobierno de Alfredo Zayas, muy corrupto y subordinado a los intereses norteamericanos, pero poco inclinado a la represión; de ahí que en esa etapa la sociedad civil cubana eclosionara en diversas organizaciones: partidos políticos, movimientos de regeneración cívica, asociaciones feministas, estudiantiles, intelectuales obreras y gremiales.
Una acción política pacífica como fue la Protesta de los Trece, ayudó a la toma de conciencia cívica y a la expansión de la sociedad civil republicana generando una onda de participación. Eso explica la elección de la fecha.
En estos dos años, solo en tres ocasiones no he podido ejercer el derecho constitucionalmente establecido a la protesta. En todos los casos fue por detenciones ilegales, agravadas en abril y junio del 2024 por acciones de violencia física, de lo cual resultó un proceso legal contra Jenny Pantoja y contra mí, que han engavetado cobardemente.
Sin embargo, ni me he callado, ni he dejado de protestar, ni he emigrado, a pesar del «gentil» ofrecimiento del teniente coronel Rogelio Cuesta Aragón a mi abogada para «devolverme el pasaporte si cambiaba de actitud».
En este período me he relacionado con valiosos compatriotas, excelentes personas que han ejercido también el derecho a manifestarse pacíficamente en esta fecha; en diversos parques de Cuba y del mundo. Algunas de ellas, y sus familias, fueron amenazadas y coaccionadas por Seguridad del Estado y su brazo ejecutor, que es la Policía Nacional. En los casos de Jorge Fernández Era y Jenny Pantoja, han sufrido detenciones, atropello físico y procesos legales arbitrarios.
¿Por qué continuar?
Las motivaciones para insistir en un acto en apariencia simple, no son nada simples. Lo peor de la crisis nacional no es la ruina de la economía. No es el desastre económico, sino el desastre ético.
Nos han dividido, nos hicieron creer que a nadie le importa lo que nos pase. Nos excluyeron de todo, hasta de nosotros mismos. Constituimos hoy un enorme conglomerado humano con variadas ideologías y preferencias políticas, pero unidos en la carencia de derechos, ya no solo políticos y jurídicos, sino también sociales. Somos una hueste de seres con categoría de «no ciudadanos», despreciados por el poder.
Nos convencieron poco a poco de que no podremos revertir jamás nuestra situación. De que nuestro destino lo trazan otros. De que la vida no es otra cosa que esta grisura inmovilista (o más bien estas eternas tinieblas) sin futuro, y ya incluso sin presente.
Secuestraron nuestras voces y pretendieron desterrar nuestra esperanza. Durante mucho tiempo, en el imaginario social de una sociedad desarticulada cívicamente, se entronizó la frase: «Esto no hay quien lo cambie, pero tampoco quien lo tumbe», un refrán muy similar a la consigna «somos continuidad».
Para convencernos, nos dicen que estamos solos. Y eso es mentira. Solos están ellos. Por esa razón temen tanto a nuestras voces y no permiten el ejercicio de nuestros derechos ciudadanos.
Por esa razón le dieron un golpe de estado a la Constitución de 2019, que, si bien parecía perpetuarlos con su cláusula de intangibilidad, nos confería asimismo derechos explícitos a libertad de expresión, manifestación pacífica y asociación; derechos que, en estos tiempos de ruptura del monopolio de la información y las comunicaciones, estamos dispuestos a reclamar hasta las últimas consecuencias.
Esa Constitución fue una trampa, pero sobre todo para ellos. Tuvieron que violar desfachatadamente un mandato que los obligaba a habilitar el acápite de derechos ciudadanos en los dieciocho meses posteriores a su entrada en vigor.
El próximo 10 de abril se cumplirán seis años de esa entrada en vigor, o lo que es igual: ¡72 meses! Sin embargo, lejos de acatar dicho mandato, se disponen a aprobar en el próximo mes de diciembre una ley que entregará tierras cubanas a extranjeros. Primero tendrá derecho un extranjero a ocupar tierras en la Isla, que un ciudadano cubano a manifestarse en uno de nuestros parques o a asociarnos para defender a la nación arruinada.
Estamos obligados a un bautismo de dignidad o pronto seremos extraños en la patria que nos vio nacer.
Nuevas metas
Uno aprende a medir los escenarios, a sopesar opciones. Nada es inmutable. Hay que cambiar cuando la realidad convence de que es necesario. Si en los dos años trascurridos hice demandas al gobierno cada 18, a partir de mañana se abre un nuevo período.
Ahora las demandas serán para mis compatriotas. En cualquier lugar del mundo donde se encuentren. Sean cuales fueren sus ideologías políticas. Si sienten amor por Cuba; si entendieron ya que no somos una prolongación de la política doméstica de ningún otro estado; si se convencieron de que el gobierno cubano no sentirá presión alguna para el cambio hasta que no nos convirtamos en un interlocutor tan significativo que los presione a iniciar un proceso de transición; entonces es momento de articularnos en un Movimiento Cívico Nacional.
Esta será la nueva meta. Por supuesto, sin caudillismos castrantes ni prepotencias divisorias. Citaré con tal objetivo unas palabras que mucho me hicieron reflexionar, ellas son de mi estimado compatriota Otto Vázquez Monnar, en su artículo «De la lógica totalitaria a la ética democrática»:
«Si no aprendemos la lección de que no son los sistemas los que garantizan libertad y cambio, sino nosotros, cada individuo, el sujeto democrático; los seres humanos seguiremos repitiendo estos esquemas nocivos. Somos nosotros, los humanos, quienes somos éticos; no las creencias, ni las ideologías. La justicia, la democracia, es un acto, no una opinión. Si creemos que un cambio político es posible sin compromiso ético individual con la democracia, seguiremos repitiendo dictaduras.
Debemos comenzar a percibir nuestras diferencias en lo político como un ejercicio democrático, no como una señal de ataque. Debemos reconocer que la diversidad de la oposición; la ausencia esta vez de caudillos; las diversas proposiciones de lucha, perspectiva y organización; no son el enemigo, son la fuerza que trae ya el germen de la participación».
Mañana, entre 3:00 y 4:00 pm, estaré en el mismo lugar de siempre: Parque de la Libertad de Matanzas.
Si usted que me lee concuerda con la propuesta, Cuba y el mundo están llenos de lugares públicos, o privados, donde puede manifestarlo a la hora que le sea mejor.