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EL MURO DE BERLÍN Y UNA HISTORIA DE AMOR

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Heinz Meixner, un austriaco de paso por la RDA, se enamoró de Margarete Thurau. Querían casarse, vivir en Austria y llevarse con ellos a la madre de Margarete. Pero había un muro, literal y político, que parecía imposible de cruzar.

El Muro de Berlín los separaba. Y a diferencia del amor, el concreto no entiende razones.

Meixner, decidido a vencer el muro, ideó un plan tan audaz como desesperado: pasar por debajo de la barrera del Checkpoint Charlie con un coche deportivo. Sí, por debajo.

Primero midió en secreto la altura de la viga de acero mientras cruzaba en un scooter: 95 centímetros.

Durante días recorrió concesionarios de Berlín Occidental hasta encontrar su vehículo: un Austin-Healey Sprite rojo, que, sin parabrisas, medía apenas 90 centímetros. Para mayor seguridad, dejó salir un poco de aire de las llantas.

Margarete se acurrucó en el asiento trasero. Su madre, oculta en el baúl, rodeada de 30 ladrillos que Meixner había colocado para protegerla en caso de disparos.

El 5 de mayo de 1963, pasada la medianoche, llegó el momento.

Meixner mostró su pasaporte al guardia del lado oriental. El oficial lo mandó a la aduana. Pero Heinz no obedeció. Pisó el acelerador. Los guardias apenas tuvieron tiempo de reaccionar.

En segundos, cruzó la primera barrera, bajó la cabeza y se lanzó bajo la viga de acero, directo hacia la libertad. Los neumáticos dejaron huellas de 30 metros cuando logró frenar. Atrás quedaban las armas, los ladrillos, y el miedo.

Los soldados estadounidenses, aún atónitos, los recibieron. Y Meixner dijo con calma: “Calculé que los guardias tardarían tres segundos en disparar. Sabía que la madre de Margarete estaba protegida. Sentí que podía lograrlo… con apenas un centímetro de ventaja. Ahora podemos casarnos.”

Un centímetro. Eso fue todo lo que necesitó el amor para ganar.

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