La Habana.- La agonía y la esperanza maltratan mi espíritu. Todo lo que pasa en Venezuela me recuerda a mi esposa Angélica y a mi cuñada María Cristina. Las veo, alzando sus manos al pasar por frente a la tienda de divisas aquel 11 de Julio. Las recuerdo, pidiendo al pueblo que marchaba detrás a que hicieran lo mismo, evitando así, la locura y el desenfreno de alguno. Querían Libertad, y eso pedían en la paz de sus corazones.
Amaneció el día 12, y fueron ellas las acusadas de instigar a delinquir, de desorden público, de desacato y de atentar contra la autoridad. Fueron entonces torturadas con salvajismo y encerradas como a un peligroso animal.
Todo lo que sucede en Venezuela me muerde en lo profundo. Y Angélica, ¿qué sentirá? ¿Cómo es posible, Dios mío, que un hombre, por abrazar una idea, mate, torture, viole toda la ley posible y después regrese a su casa, juegue con su hijo y coma tranquilo junto a su esposa? ¿Cómo es posible que existan hombres que destrocen la infancia de los niños y la vejez de los padres; que anden con la locura desbordando sus ojos, chantajeando, amedrentando a otros hombres que piensan diferente, sumergidos en una naturaleza de letrinas y cloacas y crean que defienden lo bello, que están a favor de la paz, que sus jefes son divinos, imposibilitados de errar?
Y los ves serios, en los actos, mientras un grasiento, parado en una tarima, les recuerda el daño que hicieron unos hombres 100 años atrás. Y los oyes: «Ordene»; «Sí, jefe»; «Ok, operación Bejuco». Los ves serios, atentando contra la gente, que es el pueblo; los ves persiguiendo a su pueblo, esperando del pueblo que obedezca y ladre como los perros; creyendo que las jaulas de los zoológicos, por proteger de cazadores furtivos, por asegurarles su diario mendrugo, por la presencia de veterinarios cercanos es progreso y vida buena para un animal.
Y yo me pregunto: ¿Es obligado no pensar, no elegir? ¿Es obligado ser comunista, o musulmán? ¿Es obligado vivir obligado? ¿Es obligado callar?
Me resisto, insisto, soy un ser humano. No soy ese roedor cubano que sale en lo oscuro y regresa después a su cueva cargando muchos temblores y un pedacito de pan. No soy esa fiera cubana domesticada para el circo, gorda y con collar de lujo. Quizás, no tenga nada material; quizás, me encierren o me desaparezcan del mundo, pero yo, Luis Rodríguez Pérez, en Cuba, me mantengo humano; yo me di ese lujo.
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