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El Jusvinza y la población como conejillo de Indias

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Por Anette Espinosa ()

La Habana.- El sistema de salud en Cuba, antaño motivo de orgullo nacional, se encuentra hoy sumido en una profunda crisis de gestión y ética. Lejos de priorizar el bienestar de la población, la administración de medicamentos y vacunas parece responder a una lógica de propaganda y supervivencia política.

La población, que sufre diariamente la escasez de medicamentos esenciales, observa con escepticismo cómo se promueven y destinan recursos a productos de eficacia no comprobada, mientras faltan analgésicos, antibióticos y tratamientos para enfermedades crónicas. Esta divergencia entre las necesidades reales y las acciones oficiales revela una alarmante desconexión.

En este contexto, surge la polémica alrededor del Jusvinza, un medicamento que aún se encuentra en fase de ensayos clínicos. Las autoridades han iniciado su suministro a la población de La Habana y Matanzas, una medida que genera serias dudas éticas y científicas. Aplicar un producto que no ha completado las fases de investigación requeridas internacionalmente expone a los ciudadanos a riesgos impredecibles, tratándolos como sujetos de experimentación sin las garantías de un consentimiento plenamente informado y en medio de una situación de vulnerabilidad.

Esta no es la primera vez que la población cubana es sometida a una estrategia farmacéutica de dudoso rigor. Durante la pandemia de COVID-19, se impulsaron candidatos vacunales nacionales con una transparencia y datos científicos insuficientes para la comunidad internacional. Muchos ciudadanos, ante la falta de alternativas y presionados por las circunstancias, aceptaron inmunizarse, pero hoy persiste un amargo recuerdo y una justificada desconfianza hacia las promesas oficiales en materia de salud.

La resistencia a admitir el colapso

Quienes poseen conocimiento dentro del sistema, especialmente los profesionales de la medicina, son conscientes de esta realidad. En privado, muchos insisten en que la campaña de las vacunas cubanas contra el COVID-19 fue, más que un éxito científico, una jugada maestra de relaciones públicas. Su objetivo principal habría sido desviar la atención de la crisis humanitaria, la escasez de recursos y el trágico balance de decenas de miles de muertos, proyectando una imagen de potencia biotecnológica autosuficiente.

La narrativa de que Cuba, una isla con una economía devastada y bajo un embargo comercial, logró desarrollar una vacuna efectiva donde consorcios de naciones ricas enfrentaron enormes desafíos, resulta, cuando menos, difícil de digerir para la comunidad científica global. La falta de publicaciones en revistas de alto impacto y la opacidad en los datos completos de los ensayos clínicos alimentan el escepticismo y la percepción de que se trató de un acto de fe política más que de un triunfo médico verificable.

Al final, la insistencia en productos como el Jusvinza, aún en fase experimental, responde al pánico atroz de un régimen a perder la partida de la percepción. La salud de la población se subordina a la necesidad del gobierno de mostrar capacidad y control, aunque sea con soluciones apresuradas y no validadas.

Mientras la calamidad sanitaria y económica afecta a cientos de miles, la prioridad parece ser mantener la fachada de un sistema que se resiste a admitir su colapso, utilizando a su propio pueblo como campo de pruebas en un último esfuerzo por perpetuarse en el poder.

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