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Por Eduardo Milán Bernal ()
Durante largos y penosos días de la grave enfermedad que conduciría a la muerte al generalísimo, muchos fueron los hombres y mujeres que asistían de manera cotidiana a su residencia del Vedado. Lo hacían para interesarse por su salud.
El autógrafo preparado por la familia Gómez-Toro para recoger las firmas de los que se interesan por su estado, -y que en la actualidad se encuentra en el Archivo Nacional de República-. En este documento se pueden apreciar con nitidez los nombres de hombres humildes y de personalidades ilustres de la época. Estas personas seguían de cerca la evolución de su quebrantada salud.
Los que conocimos de cerca a su familia, escuchamos de anécdotas e historias ignoradas. También apreciamos recuerdos y tuvimos el privilegio de dar un abrazo a su pequeña hija Margarita y a su nieto, entre otros. Esto me da autoridad suficiente para dedicar unas líneas de recordación de tan lamentable pérdida para la patria cubana.
El 17 de junio de 1905, a las 6 y 7 minutos de la tarde, el país fue estremecido con la noticia de la muerte del Generalísimo Máximo Gómez Báez. Falleció en su domicilio de la calle Quinta, No. 45, en el Vedado. Allí estaba rodeado del respeto y la admiración de toda la nación.
Parecía morir la leyenda. Sin embargo, la nación no dejó morir al hombre que encarnaba el pasado glorioso de un pueblo que había combatido por su independencia. Dejaba de existir físicamente en los albores de la naciente república. No obstante, sus ideas y sus valores éticos y patrióticos se mantienen en adelante.
Así terminó la vida del bravo guerrero, discípulo de Bolívar y Martí. Dedicó cuarenta años de su preciosa vida a luchar por la independencia de su patria adoptiva. Esta fue una patria por la que tanto se esforzó y a la que tanto amó.
El hombre que, a pesar de sudar dulce toda la vida, tuvo una existencia tan amarga. Es el mismo que sintió el placer del sacrificio y que recibió en sus últimos años de vida la ingratitud de muchos hombres, como la previó el maestro.
En su libreta de poemas, María Clemencia Gómez Toro, hija del general Gómez, le dedicaría uno de sus versos más sentidos titulado “Padre mío”. Este escrito inédito fue encabezado con un pensamiento que su padre había escrito en su álbum de niña años atrás:
«Si te quedas sola, no te aflijas ni llores, pues que yo entonces, desde las regiones de lo desconocido, velaré por ti, hasta que te reúnas conmigo».
Tu papá te besa. Máximo Gómez
Su entierro fue el más grande acontecido en Cuba en aquellos años iniciales de la república. El pueblo de la capital se volcó a las calles. Mientras, en el resto del país se realizaron veladas y otros actos en homenaje al héroe de mil batallas. Este honesto libertador ofreció a su patria adoptiva los mejores años de su vida. Aún en nuestros días es válida la promesa de José Martí, antes de la contienda de 1885.
«… no tengo más remuneración que ofrecerle que el placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres…»
Es suficiente un recorrido por la casa donde vivió los últimos años para comprobar la sentencia del Apóstol.
El 17 de junio de 1905, hace 120 años, murió el generalísimo de mil batallas. Este dominicano-cubano hizo cuanto pudo por su patria adoptiva. Además fue la figura inmaculada y ejemplar de nuestras luchas. El hombre afirmó ante los ataques e insultos de los cerebros anticubanos que:
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.. «Cuando se tiene la frente en alto, los chispotasos de fango jamás le alcanzarán la cara…»
El Generalísimo siempre y en todas las circunstancias mantuvo su frente en alto. Es un ejemplo viril de dignidad frente a los que trataron de enlodar su inmaculada figura patriótica. Por eso y mil razones más.
Cada rincón de Cuba es testigo de sus luchas. También de las inolvidables hazañas del héroe de La Sacra, Palo Seco, Las Guásimas y Mal Tiempo. Además, del estratega de la Campaña de La Reforma y de La Invasión. Fue amigo de José Martí, el patriota que hizo cuanto pudo en beneficio de Cuba y de América.
Ha quedado también el histórico Monumento del Cacahual. Este fue construido con su esfuerzo y la contribución del pueblo cubano. Allí descansan los restos del lugarteniente general Antonio Maceo Grajales y del capitán Francisco Gómez Toro.