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Por Jorge Sotero ()

La Habana.- El dólar en Cuba ya no es una moneda: es un termómetro de la desesperación. Este martes, la divisa estadounidense alcanzó los 400 pesos en el mercado informal, según el monitoreo de elToque.

Se trata de una cifra redonda, casi poética, que resume lo que el régimen lleva décadas negando: que su economía no es bloqueada, sino desmantelada por sus propias políticas. Mientras el gobierno insiste en culpar al embargo, los cubanos hacen cola para vender hasta el retrato de José Martí. Todo esto con tal de conseguir billetes verdes.

Lo absurdo no es que el dólar valga lo mismo que un antiguo salario medio mensual. Es que las autoridades sigan tratando el síntoma como si fuera la enfermedad. En pleno 2025, con una inflación del 41% en el primer semestre, el Banco Central anuncia «tasas variables» que nadie usa. Mientras tanto, el mercado negro fija el precio real de la miseria.

El chiste es macabro: el mismo Estado que multa a quien vende huevos en la calle depende de las remesas en dólares para importar… huevos.

El régimen juega al doublethink orwelliano: por un lado, anuncia la «desdolarización» como meta patriótica. Por otro, exige dólares para comprar medicinas, pagar luz o matricular en la universidad. Hasta el MLC, esa moneda fantasma inventada para esquivar sanciones, se hunde frente al billete de Washington. Actualmente son necesarios 225 pesos por 1 MLC, casi la mitad que el dólar.

La moraleja es clara: ni el socialismo más creativo puede reemplazar al capitalismo cuando la gente tiene hambre.

El epitafio del sistema

Mientras tanto, la nomenklatura vive en otra realidad. Los generales de GAESA —los mismos que esconden 18 mil millones en bancos propios o cuentas offshore— siguen construyendo hoteles vacíos con dinero en divisas. Mientras tanto, el pueblo paga la electricidad con botellas de plástico.

El turismo, esa «locomotora económica», transporta un 30% menos de visitantes que en 2024. Sin embargo, a los burócratas les basta con pintar fachadas y repetir que «la culpa es de Trump».

Lo más tragicómico es ver cómo el gobierno sabotea sus propias reformas. Anuncian «flexibilizaciones» para importar, pero suben aranceles a productos básicos; prometen internet accesible, pero lo cobran en dólares; hablan de «ordenamiento», pero el peso cubano vale menos que el papel higiénico. Hasta el azúcar —otrora orgullo nacional— se produce a niveles de 1905. Esto ocurre mientras los discursos oficiales hablan de «soberanía alimentaria».

Al final, los 400 pesos por dólar no son solo una cifra: son el epitafio de un sistema que prefirió morir de ideología antes que vivir de realidad. Mientras Díaz-Canel repite como mantra «resistir», los cubanos ya tienen su propia consigna: «A 400, y subiendo». Como diría un buen amigo: el socialismo puede fracasar, pero el mercado negro siempre abre.

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