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EL CASTRISMO CODIFICA LA ÉTICA PARA SIMULTANEÁMENTE OCULTAR Y LEGITIMAR SU DESENFRENADA CORRUPCIÓN

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Por Joel Fonte
La Habana.- Al conjunto de principios que determina la conducta, especialmente la que se considera apropiada, o moral, define la Real Academia como «ética».
De tal suerte, por ser esos principios inherentes o consustanciales a la naturaleza humana, a lo que se espera de los hombres y mujeres que viven en sociedad, no es dable más que alimentarlos en ellos desde temprano, y esperar que los asuman como reglas de vida sanas, conscientemente.
En consecuencia, quien desde el Poder codifica la ética y tiene la necesidad de imponérsela a los ejecutores de ese Poder, admite casi explícitamente que a estos les falta como cualidad imprescindible, y debe inducírseles a su observancia coactivamente.
Esa ausencia de la ética en la política, en el ejercicio de la Autoridad pública entre los funcionarios del castrismo, es en cualquier caso el reflejo de la prevalencia de vicios nefastos para ese servidor, en primer orden entre ellos el virus de la corrupción.
Por eso la realidad de nuestra Cuba, que luego de seis décadas sigue controlada por los militares y el monopolio de un único partido, es tan amoral, ajena a los más altos valores humanos, y tan comprometida con la podredumbre de todo lo que aniquila la riqueza espiritual.
Así, el Poder para el régimen castrista -alejado como está de toda ética- no es un medio para alcanzar los objetivos comunes para una sociedad sana -pensamiento que le es dable a todo gobierno de bien, legítimo, democrático- sino que es un fin en si mismo; el castrismo procura el mantenimiento del Poder por su contenido privilegiado, generador de beneficios personales y riqueza.
Y por eso desprecian el sufrimiento de la mayoría de los cubanos, hundidos como estamos en la pobreza más extrema, en la miseria.
Ese desentendimiento de las necesidades humanas de millones de cubanos, les permite privarnos de condiciones elementales de vida en la contemporaneidad para un conglomerado humano sin sentir el menor remordimiento: en Cuba no hay transporte público para viajar incluso dentro de una misma ciudad; no hay servicio eléctrico, cuando es vital la electricidad para la cocción de los alimentos, para las familias; no hay medicamentos, y cientos de miles de personas sufren enfermedades que los requieren; no hay alimentos, ni siquiera productos tan básicos para la nutrición infantil como la leche y el pan, las carnes…
Pero lo más grave, lo que deja al desnudo que esa conducta apropiada, moral, que es la ética, es un contrasentido para quienes aún tienen el Poder aquí; lo que refleja que esos líderes y cómplices de la dictadura castrista son unos delincuentes desalmados, es que han articulado e impuesto un diseño de economía y de sociedad que excluye las oportunidades, la iniciativa privada, la libre empresa, el emprendimiento personal, de tal modo que no solo no proveen esos bienes y servicios imprescindibles para los cubanos, sino que impiden con la persistencia de un aparato estatal omnipresente e infuncional, que la sociedad los autogestione, se los procure lícitamente.
Nada se parece más a un deliberado holocausto, a un genocidio, que ese actuar de un puñado de hombres enfermos de Poder que cierran cada puerta a millones de seres humanos que intentan escapar y sobrevivir a la hambruna, a las carencias, a la desesperanza.
Y, aunque los tradicionales pilares de ese régimen ya están colapsados, -en primer orden un apoyo popular construido a fuerza de largo adoctrinamiento, que han perdido- aún esos individuos sin escrúpulos pueden provocar mucho daño a este pueblo, si no se lo impedimos.

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