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Por José Luis Tan Estrada ()
El Dr. Castor San Quintín Muñoz, jefe de Radiología del Hospital Pediátrico de Camagüey. Profesor de profesores, guía académico y formador de cientos de estudiantes que hoy ejercen gracias a su rigor y entrega. Sin embargo, su prestigio y su trayectoria no han bastado para protegerlo del colapso que vive el sistema de salud cubano
Tras sufrir una caída que le fracturó la cadera, tuvo que esperar horas por una ambulancia. Fue ingresado en la Sala de Ortopedia del Hospital Provincial de Camagüey. Allí aguardó su cirugía: era el tercero en el listado. Cuando ya estaba bajo los efectos de la anestesia, ocurrió lo inconcebible. Un pedazo del techo del salón quirúrgico cedió y cayó dentro del área estéril, contaminándolo por completo. “Imagínese que ya lo hubieran abierto”, relatan sus colegas, aún alarmados por lo que pudo convertirse en una tragedia.
La operación tuvo que suspenderse de inmediato, y la intervención fue postergada para el lunes, sin ofrecer alternativas ni garantías. Como si fuera poco, el aguacero de la tarde convirtió su situación en un acto de indignidad: el Dr. Muñoz terminó mojándose dentro del propio hospital, recluido en un cubículo en condiciones deplorables, impropias para cualquier paciente y aún más inadmisibles tratándose de un médico que ha dedicado toda su vida al servicio público.
El caso del Dr. Castor San Quintín es mucho más que un incidente puntual: exhibe el deterioro, la desprotección y la peligrosa precariedad que hoy marcan el sistema de salud cubano. Y duele especialmente porque demuestra que ni siquiera sus mejores profesionales —aquellos que han sostenido hospitales, aulas y guardias durante décadas— están a salvo del abandono institucional.
Lo que enfrenta hoy este reconocido especialista exige respuestas y acciones inmediatas. No se trata únicamente de reparar techos o conseguir ambulancias: se trata de dignidad humana, de respeto y de un país que no puede permitirse seguir tratando a sus médicos como si fueran prescindibles.