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El caballo y el maltrato animal en Cuba

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Por Jorge Sotero

La Habana.- Cuba aprobó una ley en defensa de los animales, pero el maltrato campea por sus respetos en todos los lugares del país, porque en esta categoría no entran solos las mascotas abandonadas, o el gato que maltrataron en la feria de Rancho Boyeros.

Cierto que hay personas que golpean por placer a los gatos y los perros, que cazan aves silvestres, y no me refiero, incluso, a aquellos que las baten para enjaularlas y exhibirlas, o disfrutar del trinar de los mismos, sino del que sale con un tirapiedras o un rifle de pellets a matarlos, por solo probar su puntería delante de los amigos.

Para mí hasta esas cosas pudieran ser pasajeras. Condenables, claro, pero sin el peso que tiene lo de los caballos en el 99 por ciento de los pueblos y ciudades de Cuba. Lo de los equinos no tiene nombre, y no hay, al parecer, forma de detenerlo.

Como en Santa Clara, Cienfuegos, Sagua la Grande, Camaguey, Sancti Spíritus, Cárdenas y no sé cuántas ciudades más no hay transporte urbano, porque los ómnibus y lo taxis desaparecieron hace tanto tiempo que los que tienen 30 años nunca deben haberlos visto, el medio para moverse es un carretón tirado por un rocín.

La escasez de esas bestias para el tiro, hace que los dueños de yeguas vendan los potros apenas con dos años, una edad en la cual no están preparados aún para el trabajo al que los van a someter. Es algo así como poner a un adolescente a picar piedras o a estibar sacos de cemento. Al final, en dos años parecen pencos ancianos, con problemas en las patas, si es que ya no murieron.

Los dueños, que a veces no son los que manejan el coche, la pachanga o el carretón, como quieran llamarles, los enganchan al amanecer y los sueltan solo después de jornadas de seis y hasta 10 horas, a veces sin tomar agua, y con una alimentación que no va más allá de unos sacos de hierba, porque ni pienso ni miel de purga hay para darles. Y ni hablar de pan.

Cada día se caen decenas de jacos en ciudades y pueblos. Se caen porque no pueden más. Caen desmayados, y algunos logran recuperarse, pero otros van a un improvisado matadero para terminar su historia.

El caballo, desde tiempos inmemoriales, ha sido el animal más útil para el hombre, desde realizar labores agrícolas hasta ayudar en la caza, y ni hablar de las guerras, porque hasta hace menos de un siglo la caballería fue siempre la más poderosa de las armas.

Pero en Cuba nadie cuida de los rocines. Las personas ven como algo normal pagar cinco, 10, 15 o 20 pesos, montar y ver como el conductor del coche golpea con un palo, un látigo, una suiza o un alambre al equino, que camina porque no le queda más remedio.

Hay lugares, incluso, en los que tener caballos es un negocio, como si tuvieran una línea de taxis o de buses. Se alquilan por días o por horas, como en Cárdenas, donde el coche colonial tradicional va perdiendo fuerza ante verdaderas guaguas tiradas por jamelgos acalambrados.

¿Quién tiene la culpa? Todos tenemos culpas, desde el que vende el potro pequeño para que lo maltraten, hasta el que lo explota como si el animal tuviera un motor de combustión interna en el pecho para mover las patas. Pero también el que monta en esos coches, y sobre todo el gobierno. La mayor parte de las culpas las tiene el gobierno, no por permitir que esas cosas sucedan, sino por no ofrecer opciones, por no garantizar ómnibus, taxis, vehículos eléctricos, trenes, sistemas que permitan a las personas moverse sin tener que hacerlo en un coche tirado por un caballo.

La ineficiencia del gobierno ha obligado a utilizar estas bestias preciosas y poderosas en tareas que los convierten a las semanas en jamelgos flacos e irreconocibles, sometidos al más brutal atropello que se haya visto con animal alguno.

El gobierno no hará nada. Porque sus propios voceros hablan de tracción animal para resolver sus problemas con la maquinaria agrícola o con el transporte. Pero debiera hacerlo, y no es tan complicado: solo tiene que permitir la venta de vehículos, de coches pequeños, medianos, y ómnibus para que todo aquel que pueda compre uno y lo ponga a trabajar, lo mismo en zonas urbanas que entre provincias, municipios y poblados.

Eso, sin embargo, tampoco lo hará. Mientras menos capacidad de movimiento tenga el hombre, más fácil será de controlar, y los Castro Canel necesitan que los cubanos estemos controlados, no tengamos comida garantizada, ni casas confortables donde vivir, ni ropa con la cual vestirnos, y mucho menos un medio para movernos, como ocurre en todos los países del mundo, incluyendo las naciones más pobres de África o Haití.

Mientras estemos así, mientras cada día se cometan decenas de crímenes con los caballos, la ley de protección animal será solo papel vacío, como pasa con muchas cosas en Cuba desde hace mucho tiempo.

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