
EL ADIÓS A MI PADRE
Por Esteban Fernández Roig
Miami.- La noche preámbulo a mi salida de Cuba contaba solamente con 17 años. En el portal estaba sentado mi padre en uno de los tres sillones que siempre habían estado ahí. En su boca pude ver su sempiterno tabaco Pita.
Se lo quita de sus labios, lanza una bocanada de humo y me sonríe. Yo no le devuelvo la sonrisa porque sé que no es real de su parte. Tiene el corazón roto por mi partida, pero él me obligaba -presionado por mi madre- a salir para evitarme la persecución y las detenciones a que soy sometido y el peligro de “pasarme unas largas vacaciones en la Cabaña, en una promoción dada por el sanguinario Ramiro Valdés”.
Le dije con tristeza: “No olvides que mañana es tu cumpleaños. ¿Cuántos cumples?” Yo sabía que serían 64, pero me dice: “Por mi cuenta son 50 años, bien vividos, gozados, puteados y bailados” . Hasta en los momentos más trágicos me hacía reír.
Le digo: “Mañana levántate bien temprano, quiero darte un fuerte abrazo, desearte un feliz cumpleaños y despedirme de ti”.
Me responde: “Tu’taloco, muchacho, si nos abrazamos mañana tú no te vas para ninguna parte, inundamos al Residencial Mayabeque de lágrimas”.
La tristeza lo embargaba, parecía que le costaba mucho trabajo levantarse ágilmente del sillón y me dijo: “Mira, Esteban de Jesús, mejor dame el abrazo ahora, mañana yo no pienso salir de mi cuarto en todo el día”.
Tiró el tabaco para la calle y nos abrazamos fuertemente por 10 o 15 minutos, los dos teníamos los ojos rojos y humedecidos.
Al separarnos, miró para todos lados, como creyendo que nos espiaban y casi en un susurro, con mucha cautela, me dijo: “No te preocupes, los americanos no van a permitir una cabeza de playa comunista a 90 millas de sus costas”. “¿Tú crees, papi?” “Eso es al seguro, juégatela toda al canelo”.
A modo de consuelo, me dijo: “Diviértete, disfruta de aquello, y trata de ver la estatua de La Libertad”.
De pronto cambió el semblante y añadió seriamente, casi molesto: “Pero aquí tú no regreses ni a buscar centenes mientras este país no sea libre.
Y con firmeza me ordenó: “ Pa’cá no mandes ni un kilo prieto, y si regresas que sea con las armas en las manos, yo quiero un hijo patriota y anticastrista, jamás un repatriado y traidor”.
Y le cumplí: Nunca regresé, jamás volví a verlo. Al primer chance me inscribí en las Unidades Cubanas de Fort Knox para desembarcar en Cuba tratando de liberarla, no sin antes -junto a Máximo Gómez Valdivia y su prima Laurita Gómez Monteagudo- visitar la estatua de La Libertad en New York.
Yo no defraudé a mi padre.