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DIME DE QUÉ HABLAS

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Por Héctor Miranda (Tomado de Facebook)

Moscú.- Cada vez que escuchas a alguien alardear de algo, de insistir sobre un tema u otro, revisa bien y te darás cuenta de que algo esconde. Con esos, aquello de que «dime de qué hablas y te diré de qué careces», se cumple casi siempre.

El que te dice que tiene no sé cuántos hijos -como el amigo de un amigo-, fruto de no sé cuántas mujeres que ha tenido, suele ser un frustrado, que posiblemente no tenga ninguno, porque nunca los ha presentado en sociedad, y tampoco se le han conocido mujeres, ni novias.

Quien insiste en que sus hijos son lo mejor del mundo, los más estudiosos, los mejores profesionales, o el mejor médico, y te cansa con eso, puede que solo sea un padre frustrado, que no supo educar a sus hijos y que puede tener en la casa a un mantenido al que no le importan sus progenitores.

Hay quien se está muriendo de hambre y se te para delante, se pasa la mano por la barriga, y te dice que se acaba de comer dos bistecs enormes de tilapia de potrero, aunque tú sepas que no ve un manjar de ese tipo desde tiempos inmemoriales, incluso ni de claria de río, o de zanja.

Eso pasa con los padres, con los hijos, en cualquier lugar al que vas, y no solamente con aquellos que intentan venderte algo y te lo meten por los ojos, como si fuera lo mejor del mundo, y tú sabes que puede ser una casa recién pintada para esconder cosas, o una pésima copia china de algo intrascendente, pero que necesitas.

Y pasa en la política. En los países en los cuales los derechos humanos son una prioridad y se respetan a rajatabla por todos, los gobernantes no andan proclamando a los cuatro vientos que ofrecen educación gratuita, que la salud es pública, que el ciento por ciento tiene viviendas, o que ellos, los que están en la cúpula, son los más honrados del mundo.

En esos países, los militares y los policías son ciudadanos normales, que tienen que cumplir la ley como la más humilde de las personas. Y también tienen que cumplirla los presidentes, los primeros ministros… que suelen ser elegidos y que, si no hacen las cosas bien, pierden su puesto.

Un nieto de un presidente en esos lugares tiene que hacer el servicio militar como el hijo de un labrador, y cumplir con la ley como el que más. No hay excepciones, o al menos no preestablecidas. Muy diferente a otros sitios, en los cuales algunos nacen con un estatus diferente, solo por llevar un apellido vinculado al poder.

Por esas tierras, alardean de respeto a los derechos humanos. Lo vi ayer en varias publicaciones, pero resulta que los más elementales derechos de las personas, incluyendo el de la vida, no se respetan, a pesar de que digan y repitan, miles de veces, que están garantizados.

Los hombres -y me refiero a los seres humanos- tienen derecho a una buena alimentación, a agua potable, a un techo, a adquirir ropa y calzado para ir dignamente a cualquier lugar. Tienen derecho a médicos, pagados o no -son opciones-, a maestros para sus hijos, a medios de transporte con los cuales moverse a donde les plazca.

También tienen derecho a las nuevas tecnologías, incluido internet, teléfono. A un trabajo por el cual ser recompensados y que ese salario le permita cubrir sus necesidades, y no uno que te deje abandonado al tercer día porque solo dio para una decena de huevos y una pata de cebollas.

Las personas tienen derecho a la electricidad, a una vida digna, a decir que no están de acuerdo con esto o con lo otro, con libertad total. A quitar y poner a un gobernante si no cumple con sus obligaciones, o si es un charlatán, que va por ahí dando sermones y mintiendo todo el tiempo.

Los pueblos tienen derecho a gobiernos dignos, aunque cada vez resulta más difícil encontrar dignidad en las castas gobernantes. Incluso, hasta morir dignamente y tener un sepelio meritorio es un derecho de las personas, y vale recordarlo en estos tiempos en los cuales los féretros los cargan en cualquier cosa o los cadáveres permanecen horas y horas en casas y hospitales en espera de un vehículo para transportarlos.

Los seres humanos tienen derecho a elegir. Y no me refiero a los políticos solamente, sino lo que comen, el tipo de arroz que prefieren, la carne que les plazca, el pescado de su preferencia, el azúcar. Incluso, hasta la bebida.

A mí, lo juro, me aturden ya los sermones esos que leo cada cierto tiempo, que escucho o veo, de unos tipos con unas barrigas enormes prometiendo cosas o asegurando felicidad y bienestar.

Si la obra que defiendes es tan buena, tan noble y tan humana, no lo digas más, no lo repitas una y otra vez, solo demuéstralo.

Aaah, y no me vengas en unos días a decir que 2025 va a ser mejor, porque esa historia la escucho desde 2018 y cada año es más malo.

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