(Tomado del muro de Facebook de Jorge Fernández Era)
La Habana.- Entre 1999 y 2004 trabajé en Creart, Centro de Comunicación y Desarrollo del Mincult. Mi labor era la edición de Cartelera de La Habana —suplemento cultural de Juventud Rebelde—, pero Lecsy Tejeda, directora de la institución, me confiaba visitas a provincia e inspecciones ministeriales.
En el 2003 estuve una semana en la provincia Granma. Los organizadores del recorrido me llevaron a la comunidad de Victorino, en plena Sierra Maestra, distante veinte kilómetros de la cabecera municipal Guisa y con poco más de mil habitantes. Allí me esperaba algo inusitado: en un estante de la modesta biblioteca del pueblo había un ejemplar de mi libro «Obra inconclusa», que una década antes formara parte de la primera convocatoria de la colección Pinos Nuevos.
En la comitiva estaba presente un joven de 14 años nombrado Daniel, presidente de la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media del preuniversitario del poblado, quien quedó más atónito: se había leído el libro en varias oportunidades y no soñaba llegar a conocerme. Conversé con él durante el recorrido, que concluyó en su centro de estudios. Allí me esperaban los estudiantes, formados bajo el sol para recibir al «compañero de La Habana». Daniel no solo me presentó, sino que recomendó mi libro, lo llevaba consigo.
Ayer tuve una emoción más intensa que aquella. Recibí desde Liubliana, Eslovenia, un mensaje de solidaridad. Lo suscribe Daniel Carrazana Rosales.
Hola, mi estimado Jorge. Acá es medianoche ya. Allá empieza a anochecer.
Recuerdo con cariño cuando te conocí en la Sierra Maestra, en aquel pueblito en el que nací, en el que viví treinta años de mi vida. Nunca renuncié a irme de esa montaña y todos sus recuerdos, pero a ti, en aquella biblioteca chiquitica que teníamos, no te olvidé ni cuando viví en ciudades más grandes. Para mí fue una sorpresa muy grande, me sabía ese pequeño libro tuyo casi entero. Hacía un calor del carajo. Llegaste con un jean y unas sandalias de cuero tejido, mira tú mi memoria fotográfica.
Eres de los autores que marcaron mi niñez. Leí libros no acordes a mi edad. Me llamaron la atención el tuyo («Obra inconclusa») y uno de Nos y Otros. Me acuerdo claramente de aquel relato del señor que se suicida tirándose del edificio y narra lo que pasa en cada balcón.
Hay dos escritores que leí mucho: Héctor Zumbado y tú. Por supuesto, a Larrea también. Tenían puntos de contacto. Me destartalaba de la risa con las cosas de Zumbado y con tus cuentos. Me encantaban, compadre. Hoy le expliqué a mi novia (es eslovena, traducírselo es difícil) que conservo un ejemplar de «Obra inconclusa». Sus relatos tienen insólita actualidad.
Desde Victorino llegué a la universidad, me gradué en Estudios Socioculturales. No era mi vocación la investigación social. Mi vida era el teatro, el humor. Estuve diez años en un grupo. Hice radio, televisión, cine, pero llegó un momento en que encontré tropiezos y zancadillas. Aquello me aplastó, la realidad obligó a irme. Yo no abandoné Cuba: Cuba poco a poco me fue abandonando a mí.
Hay cosas de nuestro país que desconozco. Para uno poder hacer una vida plena y feliz necesita desconectarse de ciertos sufrimientos de la Isla. Es lo que he hecho en estos años: me concentro en regalarme otra realidad, es una necesidad espiritual que tengo. Uno no puede estar toda la vida en debates viscerales que no llevan a ningún lado.
De los últimos acontecimientos estoy muy al tanto. He leído con atención lo que has escrito. Surge todo un movimiento de amigos, de artistas, de personas que te quieren mucho. Te aprecian por tu talento, por tus valores como ser humano. Que te apoyen es maravilloso.
Siento, amigo, lo que te está pasando. Siento dolor por Cuba, por los oprobios a los que hemos sido sometidos los artistas: persecución, cacería de brujas, sinrazón. Espero al menos la justeza de Dios, que más tarde o más temprano las cosas horribles por las que pasas desaparezcan. Sé bien cómo operan. Siento como si me lo hicieran a mí, pues me realicé como artista y humorista. Por eso desde el respeto, el cariño, la admiración, estos ataques contra ti me son tristes y burdos. Te apoyo, te aprecio mucho, vas a ser siempre el autor que leí desde niño.
Hago sana distancia de las tragedias, de los dilemas, de los dramas de Cuba, pero hay cosas a las que no puedo dar la espalda. Que a una persona de tu trayectoria le hagan algo así es profundamente vergonzoso. Las libertades personales no pueden acallarse. La libertad es preciada, es un ejercicio al que tiene derecho todo ser humano. Las personas que dirigen los destinos del país no entienden nada de eso. Disfrazan de falsa sensibilidad muchas cosas, mientras por otro lado hacen estas barbaridades. Qué pena que una isla tan hermosa se convierta en aparato de censura. Habrá que ver cómo el karma opera en el futuro, no están capacitados intelectualmente para arrepentirse y pedir perdón.
Miro la larga lista de gente que me escribe, de amigos que en los últimos seis meses se han ido de Cuba. No voy a menudo. Quiero hacerlo porque tengo a mi abuelita allá. Es mi pitonisa, mi oráculo personal, y hay que darle una vuelta. Cada vez que me propongo ir me hago preguntas. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que cada vez queda menos gente por visitar. Qué pena, Jorge, qué pena.
Desde Eslovenia, no podía dejar de mandarles a ti y a tu esposa este mensaje, un abrazo inmenso, mis mejores deseos, toda la buena vibra del mundo. Y un gran abrazo, hermano, un gran abrazo.