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Por Jorge Luis García Fuentes ()
Hermosillo.- En los Juegos Olímpicos de México 1968 la delegación cubana quedó en el lugar 31 del medallero, con 0-4-0. Allí México terminaría en el 15, todavía el mejor desempeño de su historia, con 3-3-3.
Años después el castrismo perfeccionó su elaborada infraestructura de escuelas deportivas cazatalentos, mantenida por la economía ficticia del bloque soviético, como todo lo demás. Nada como las medallas deportivas internacionales para hacer propaganda positiva, nada como la bandera y el himno en el podio, y luego cada campeón dedicando su triunfo al comandante en jefe.
Barcelona 1992 fue la cúspide de aquella política, con el puesto número cinco. Hubo un cuarto lugar en Moscú 1980 (8-7-5), pero ahí faltaron potencias que lo boicotearon y no era lo mismo, como México quedó en el lugar 29, pero sólo con una plata y tres bronces. En Barcelona la cosecha de medallas cubanas fue abundante: 14-6-11, la mística del poder verdeolivo a todo lo que daba, en la cumbre ideológica de un sistema que, sin embargo, ya había empezado a resquebrajarse tras la caída del muro de Berlín.
La decadencia económica y la constante fuga de deportistas —imposibilitados de competir por su patria después de emigrar—, fue provocando el paulatino deterioro de la famosa calidad deportiva isleña, hasta hoy, que cierra en el lugar 32, uno más abajo que el del 68.
México en el sitio 65, sin oros. No es como la crisis cubana, sólo el resultado de otro sexenio con muy débil apoyo a los deportistas, con una titular de Conade campeona olímpica pero también campeona de corrupción, protegida por un gobierno que, a pesar de autocatalogarse de izquierda, no parece muy animado a emular al sistema deportivo castrista en su época dorada.
Cuba, con sólo un par de campeones —uno de ellos por quinta ocasión, en un impresionante récord que, de carambola, le salvó la honrilla a su mermada delegación, y descontando a los compatriotas medallistas que ganaron representando a otras naciones—, demuestra que todavía es capaz de despertar suspiros nostálgicos entre los admiradores del clásico deporte aficionado/profesional cubano, y hasta seguir dando gracias al finado dictador por los apagados ecos de las antiguas glorias.