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Por Jesús Hernández Villapol
West Palm Beach.- El pasado domingo 16 de marzo me fui a dormir con una mezcla de tristeza, impotencia y dolor, tras ver las imágenes de cubanos en las calles de Santiago de Cuba y el poblado El Cobre, clamando por comida, electricidad y libertad, ante la extrema situación que se vive en la isla, debido a un régimen fallido e inoperante.
Algo así como la copa que se reboza, después de tanta mentira e incompetencia de parte de los que tienen que garantizar al pueblo lo elemental para vivir con dignidad. “Basta de discursos vacíos y promesas, tenemos hambre, gritaban los manifestantes”.
Han sido décadas sin dejarnos elegir, sin dejarnos expresar libremente, de abusivo totalitarismo en todas las esferas de la sociedad, que no ha hecho otra cosa que frenar la producción agrícola y la gestión creativa individual.
No soy dado a las cábalas, ni a la predestinación, sí al amor de una madre que no puede entender que su pequeño no tenga leche para tomar, como sucede hace tiempo en Cuba, donde no se vislumbra otra alternativa que escapar. Ese pequeño que cuando por primera vez le apretó la mano, le juró amor eterno.
Ante ese incierto presente y futuro de la patria, al día siguiente, el lunes 17 de marzo de 2024, mientras conducía a mi trabajo; al final del camino, el sol me desafió como queriendo expresar algo (La foto que les ofrezco, no la asocio a predestinación, sí a la añoranza, de que algo esperanzador debe pasar).
O al menos, quiero creer en algo bello, aunque no sea cierto.