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Por Eduardo Díaz Delgado ()
La Habana.- El Estado cubano, en su afán por mantener a la empresa estatal socialista como el pilar de la economía como método de control, ha demostrado una y otra vez su ineficiencia e incapacidad.
En lugar de mejorar estas empresas para hacerlas competitivas, optan por destruir el sector privado, que pese a estar limitado y obstaculizado por el propio gobierno, ha demostrado ser más efectivo para satisfacer las necesidades de la población.
Durante décadas, el gobierno ha perdido de vista cuál debería ser su verdadero rol. Tras años de adoctrinamiento, actúan como si fueran dueños del país y de la economía, cuando en realidad su función debería ser la de administrar en favor de los ciudadanos, los verdaderos propietarios. Esta confusión de roles, que se refleja en cada una de sus decisiones, es la raíz del declive cubano, no el “bloqueo” al que tanto culpan.
En un contexto de crisis económica crónica, que ha sido la marca de la revolución, el gobierno impone controles aduaneros que dificultan aún más la vida de los cubanos. Saben que muchos emigrados envían productos que en Cuba no se encuentran o son demasiado caros, y en lugar de mostrar empatía, aumentan las trabas.
Esto no solo sobrecarga una red de tiendas nacionales en su peor momento, sino que estrangula el negocio de «las mulas», un fenómeno que existe solo porque el Estado es incapaz de satisfacer las necesidades básicas de su pueblo.
Han intentado eliminar el comercio descentralizado y privado con medidas como la apertura de tiendas en MLC, lo que ha llevado a la dolarización de la economía y ha empeorado la situación actual. Sin embargo, el estado sigue perdiendo frente a un sector privado que, aunque pequeño y limitado, demuestra ser más eficiente. Pero en lugar de competir de manera justa, el gobierno cambia las reglas a su antojo para mantener un control que no puede sostener por méritos propios.
Y mientras esto ocurre, nos prometen en televisión que “perfeccionarán” las políticas, cuando en realidad no hacen más que empeorar la situación. En su afán por mantener el control, permiten la proliferación de aquellos que cuentan con su favor, creando un caldo de cultivo para la corrupción. En estas condiciones, es imposible que el país prospere.
El verdadero enemigo no está fuera, sino dentro: son ellos, los que controlan el destino de la nación a su conveniencia. Y como de costumbre , los que más sufren las consecuencias son los de abajo, los de siempre.