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Por Esteban David Baró ()

La Habana. – El nuevo sistema estatal para gestionar, controlar y asignar divisas dentro de Cuba, no fue un anuncio económico: fue una rendición con micrófono.

Sin rubor y sin vergüenza, el Estado cubano salió a decir lo que ya es política de facto: “vete del país, manda dólares y quizá tus viejos no se mueran de hambre. Quédate, confía, repite consignas… y aprende a sobrevivir con migajas”.

La escena es grotesca. El mismo poder que durante décadas llamó al dólar “moneda del enemigo”, “símbolo del imperialismo” y “veneno moral”, hoy se arrodilla ante él como último salvavidas.

No hay épica, no hay dignidad, no hay coherencia. Solo una necesidad desesperada de efectivo para mantener funcionando el aparato que oprime.

El socialismo que decía resistir al imperio ahora depende de sus billetes. El antiimperialismo quedó reducido a consigna hueca, útil solo para actos y noticieros. En la vida real, el país se gobierna en dólares y se padece en pesos. Una esquizofrenia económica que solo beneficia a los de siempre.

Disfrazada con el viejo truco del término “transitoria”, la medida consagra el clasismo monetario. Oficializa una Cuba para pocos y otra para la mayoría.

La Cuba de los que tienen remesas, cargos, privilegios o conexiones; y la Cuba de las familias sin dólares, pero con dolores, esas que no salen en los discursos, pero llenan las colas y los apagones.

“Esto es una humillación”, escribió una cubana. “Nos dicen en la cara que, si no tienes familia fuera, jódete”, añadió otra. Un obrero fue más crudo: “Aquí ya no vale el trabajo, vale el pariente que emigró”. Y una anciana resumió décadas de engaño: “Nos prometieron igualdad y nos dejaron herencia de hambre”.

Salvar la nomenklatura

El poder no se molesta en ocultarlo. El sacrificio es para el pueblo, el rescate es para la cúpula. Para la clase acomodada del sistema, esa que compra en tiendas en dólares y vive blindada del desastre cotidiano. El nuevo esquema no busca salvar a Cuba; busca salvar a la nomenklatura.

Tal descaro alcanza niveles obscenos. Primero prohibieron el dólar. Luego persiguieron al que lo usaba. Después lo necesitaron.

Ahora exigen que se lo entreguen confiados a los bancos del Estado, esos mismos que congelaron cuentas, robaron ahorros y enseñaron que el dinero del pueblo no es del pueblo, sino del decreto de turno.

“Hay que estar loco para meter dólares ahí”, escribió alguien. Otro fue lapidario: “Eso es como darle carne al carnicero y pedirle que no corte”.

La gente responde con humor negro porque la rabia ya no cabe. “¿El vuelto me lo dan en CUP o en mentiras?”, preguntó un joven. “Esto es un atraco legal”, sentenció otro. Nadie cree en la estabilidad de nada. Todos saben cómo termina la película: cuando entren los dólares, vendrá otra prohibición, otro cambio de reglas, otro robo institucional.

Y mientras tanto, el discurso hipócrita. Se acusa de traidores a los que se fueron, pero se vive de su sudor. Se les llama vendepatrias, pero se les extiende la mano para que mantengan a flote al régimen.
“Nos expulsaron y ahora nos ordeñan”, rasgueó una cubana desde fuera. La Revolución que prometía dignidad hoy sobrevive gracias a la emigración forzada.

Las remesas y el fracaso

La pregunta es brutal y nadie en el poder se atreve a responderla: si el sistema es tan justo, ¿por qué depende del dólar del enemigo? ¿Por qué todo se derrumba sin remesas? La respuesta es evidente: porque fracasó. Porque no produce, no crea, no construye. Porque destruyó la industria, el campo y la esperanza.

Esto no es una política económica: es un manotazo de ahogado. Un salvavidas lanzado a la élite mientras el país entero se hunde.

Para los cubanos y cubanas sin dólares, pero con dolores, el mensaje es claro como un insulto: el poder se rinde ante el dólar… y vuelve a darle la espalda a su gente.

Otro capítulo más de la misma historia de abuso, cinismo y traición. Cambian las palabras, cambian los decretos, pero el pueblo siempre pierde y la cúpula siempre cobra.

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