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Cuando los dioses llegaron en avión: el origen del culto a John Frum

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En la isla de Tanna, en Vanuatu, donde la selva se mezcla con nubes bajas y volcanes encendidos, nació uno de los cultos más singulares del mundo: la devoción a John Frum, una figura tan misteriosa como persistente.

Los ancianos cuentan que, en la década de 1930, durante una ceremonia de kava, apareció un hombre desconocido. Lo describieron como un visitante blanco, con una presencia que desafiaba la lógica del lugar. Habló poco, pero sus palabras quedaron grabadas: les pidió recuperar sus tradiciones, dejar atrás la influencia colonial y confiar en que un nuevo tiempo de abundancia llegaría.

Lo llamaron John Frum, y su nombre, repetido de boca en boca, se convirtió en promesa.

Años después, durante la Segunda Guerra Mundial, la isla recibió algo que jamás había visto: aviones descendiendo del cielo, contenedores llenos de alimentos, herramientas, medicinas y objetos que parecían magia. Para muchos habitantes, aquello fue la confirmación de lo que John Frum había anunciado. El cielo había respondido.

Cuando las tropas se marcharon, los isleños comenzaron a reproducir lo que habían visto. Construyeron torres de control con madera, radios hechas a mano, pistas de aterrizaje simbólicas. Se vistieron como soldados estadounidenses, marcharon como ellos, cantaron sus nombres. Todo para llamar de vuelta a quienes, creían, habían traído un adelanto de esa abundancia prometida.

Con el tiempo, la figura de John Frum se fusionó con rituales locales, danzas ancestrales y una espiritualidad que no buscaba explicación: buscaba esperanza.

Hoy, casi un siglo después, cientos de habitantes siguen celebrando su día cada 15 de febrero. Marchan con banderas, con rifles de bambú, con cantos que miran al cielo. Para ellos, John Frum no es mito ni recuerdo: es un guardián que observa, protege y algún día regresará.

En Tanna, la fe no se mide en templos, sino en la capacidad humana de convertir la memoria, el anhelo y la dignidad en una misma historia.

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