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Por Víctor Ovidio Artiles ()

Caibarién.- La mía es una familia unida. Siempre nos hemos entendido bien pero estos últimos tiempos estamos más cerca que nunca. La cercanía se acrecienta después de las 9.00 de la noche. A esa hora se nos apoderan espíritus de antiguos habitantes de la Sierra del Escambray. La cocina-comedor se convierte en un hervidero de hormigas híbridas (locas y bravas).

Cual nómadas iniciamos el traslado de sábanas, colchas, cojines, colchonetas y almohadas. Un área de diez metros cuadrados se convierte en una cama gigante, con pequeños trillos para evitar el paso sobre las personas. Una leve brisa, por momentos brevísima, toca los cuerpos.

La ubicación provee una cercanía impresionante donde podemos hacernos cosquillitas mutuas en las cabezas. Puedes, incluso, escoger qué mano te acaricia el pelo.

Casi puedes saber lo que está soñando cualquiera de tan cerca que están las cabezas. Una misma santanica puede picar a más de dos personas con un solo disparo. Puedes sorprenderte con Ian acostado sobre la cabeza por un giro exagerado.

Por mutuo acuerdo, la expulsión de gases de efecto invernadero, debe ser ejecutada antes de ocupar el campamento. Somos severos con la violación de esta medida.

Estamos tan cerca de la naturaleza que casi duermo con la mata de guayaba del vecino Pedro. Si llueve te mojas como el Patio de mi Casa que no es particular. Las gotas filtradas por la ventana te refrescan la piel. Las siento hervir y evaporarse como en un experimento.

Lo ‘bueno’ de los apagones

Mi familia ha aprendido mucho sobre los aborígenes, sobre las tribus nómadas del desierto y sobre lo injusto de las distribuciones de los apagones.

Hemos mejorado la visión nocturna. Anoche mismo sentí un ardor en los ojos y al encender la linterna del teléfono pudieron ver como las pupilas estaban tan dilatadas que andaban colgando de las pestañas.

Al levantarme hoy, fui rumbo al baño. Mi cama me vio pasar y se paró en dos patas. ¡Que sentimiento! Lloraba sin consuelo. Entré al cuarto-sauna y esa cama se ha prendido de mí cuello, inconsolable.

Estuvimos abrazados por cinco minutos. Tuve que ponerme duro. Haciendo pucheros me preguntó cuando regresaríamos al cuarto. Respiré profundo y con voz de sabio le dije: «Cuando se resuelvan los problemas de generación y se terminen los trabajos y proyectos pendientes».

La vi mientras abría sus patas y se desplomaba.

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