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Por Dagoberto Valdés Hernández (Centroconvergencia.org)
Con frecuencia se tilda a los cubanos que protestan, que disienten o que se oponen a alguna medida gubernamental, o al mismo sistema, como “cubanos confundidos” o “cubanos manipulados”. Aumentando estos ataques se les llega a catalogar como “gente pagada por el imperio” o simplemente “mercenarios”.
Así, se juzga, etiqueta y descalifica a todo el que no se pliega al dictamen oficial o al que expresa libremente su opinión discrepante. Es necesario aclararlo, tomar conciencia de estos ataques y estar siempre alertas para no dejarnos confundir ni manipular por nadie y, mucho menos, por quienes nos descalifican con estos adjetivos denigrantes.
Hoy quisiera detenerme en los dos primeros epítetos descalificadores: “confundidos” y “manipulados”.
Evidentemente que puede haber confusión y manipulación en casos concretos. Pero no estamos refiriéndonos a esos. Se trata de la etiqueta de “confundidos” que se le pega indiscriminadamente a los manifestantes del 11 de julio; o a los que tocan cazuelas por el apagón interminable; a los que protestan por la falta de abasto de agua por más de un mes, y en algunas zonas por siempre; o como se les cuelga el calificativo de “confundidos” a estudiantes universitarios que expresan su total desacuerdo con el “tarifazo” de ETECSA, el monopolio estatal de las comunicaciones en Cuba.
Tildar, indiscriminadamente y a priori, de “confundidos” a jóvenes con estudios universitarios o a personas que están experimentando en su propia vida la insoportable realidad del hambre, de la violencia, de la falta de medicamentos, de la represión, de la falta de libertades civiles, políticas, económicas, culturales y religiosas, colgarles a los que sufren en sus propias carnes y en la de sus hijos y nietos, el descalificador adjetivo de “confundidos” es:
En primer lugar, un juicio temerario, un infundio sin pruebas, una difamación sin investigar la realidad. Difamar es violentar la personalidad del otro y lesionar su dignidad.
En segundo lugar, considerar que los demás están “confundidos” y que la versión oficialista es la única certera, refleja un profundo desprecio de la capacidad de los cubanos para ver la realidad, para sentirla y para narrarla.
El solo hecho de subvalorar a las personas que discrepan, suponiendo que “se han confundido o que los han confundido” es ya de por sí un enorme desprecio al diferente, a sus aptitudes para no dejarse confundir o su incapacidad de poder percibir correctamente la realidad. ¿Por qué ha de estar confundido el que sufre y es víctima de la opresión y no los que provocan el sufrimiento y oprimen a los demás? Despreciar al que piensa con su cabeza es aplastar la capacidad de pensar de la nación cubana.
En tercer lugar, cuando se pretende considerar como “confundido” a alguien que discrepa, consciente y objetivamente, de las ideas y las acciones estatales, es esconder que en Cuba hay oposición, disidencia, discrepancia, e intentar enviar a la sociedad y al extranjero, una imagen falsa de unanimidad y total apoyo al sistema. Exportar una falsa imagen es mentir y todo lo que se construye sobre la mentira caerá por su propio peso.
Otra forma de descalificar y fusilar la reputación de los que discrepan es tildarlos de que no responden a sus convicciones propias, ni a sus creencias, ni a sus principios y valores morales, sino que son “manipulados” por otros que pueden ser los “confundidos” o “mercenarios” de dentro, o los que les pagan y manipulan desde fuera como si fueran marionetas o mercenarios.
Considerar que tan gran cantidad de cubanos estamos siendo manipulados, dirigidos o pagados desde fuera, es despreciar profundamente al pueblo cubano. Es desconfiar de la entereza, de la verticalidad, del decoro y de la soberanía cívica que ejercen los cubanos.
Considerar que una “nación extranjera” o un “grupúsculo” interno, tienen la capacidad y la posibilidad de “manipular” a tantos cubanos habla muy mal de la educación de la conciencia y de la fortaleza de la voluntad que se supone que han recibido las nuevas generaciones de cubanos que son, por cierto, los que están dando mejor ejemplo de crítica de la realidad y de libertad de expresión, diciendo valientemente lo que piensan y sienten en sus vidas y en la vida de la nación.
Si hubiera tantos cubanos que estuvieran confundidos o se dejaran manipular, entonces eso habla muy mal del carácter de los cubanos, de nuestra identidad, del nivel de nuestra cultura, pero sobre todo de la integridad personal que no depende de la cultura, ni del nivel educacional, sino de que en la familia, en la Iglesia y en los grupos de la sociedad civil, se reciba una educación moral y cívica adecuada.
Por supuesto que la inmensa mayoría del pueblo cubano no está ni confundido ni manipulado, lo que está ocurriendo es todo lo contrario: la nación está abriendo los ojos, está despertando del letargo que produce el daño antropológico, está perdiendo el miedo que nos paralizaba.
La realidad cruda y dura despierta las conciencias. Las crisis deprimen, pero cuando se toca fondo, el golpe nos hace reaccionar como un muelle y saltar hasta encontrar la luz de la libertad. Eso es tener resiliencia que es más digna y más humana que la cruel resistencia que se convierte en domesticada sumisión. Y ser resiliente es todo lo contrario de estar “confundido” y ser “manipulado”.
1. No permitamos más que nos cataloguen como títeres, como si fuéramos zombis susceptibles de confundir o manipular. Todos sabemos que los que nos catalogan así solo quieren ocultar la realidad que provocan las protestas y la discrepancia; quieren disimular la causa profunda que ha provocado esta crisis terminal y considerarnos ciudadanos de segunda o tercera clase que, como peleles, no tendríamos la capacidad de discernimiento, ni los criterios de juicio propios, ni las líneas de pensamiento definidas y diáfanas.
2. Demos siempre las razones con las que argumentamos nuestras opciones y acciones. Quien enarbola razones convincentes y bien fundamentadas no puede ser confundido ni manipulado.
3. Es necesario estar alertas ante todo intento de manipulación, venga de donde venga, y sea quien sea que intente manipularnos. Esta fue, precisamente, la obra fundacional del Venerable Padre Félix Varela:
Enseñarnos a pensar para no ser confundidos y cultivar la virtud que es el vigor de la voluntad para no ser manipulados.
Estoy convencido que la realidad no es confusa y apunta claramente hacia quiénes son los manipuladores y quiénes son los que nos intentan confundir.