La Habana.- A diez años de su estreno, la película Conducta volvió a exhibirse en la televisión. Sobrecoge corroborar cómo su trama sigue interpelando a la sociedad que somos, cómo la historia tremenda que cuenta aún es absolutamente nuestra.
A una década de distancia no es Cuba un país mejor. Por causas muchas que son bien conocidas, la cotidianidad que nos toca sobresale por su rostro poco amable. Niños como Chala siguen en nuestras calles, atrapados por una dinámica en la que resulta difícil ser virtuoso.
Muchas más Carmelas han visto a su familia partir con la ilusión de prosperidad que otras tierras brindan. Las Yenis y sus papás aún son «palestinos» y esta Habana -«capital de todos los cubanos»-, permanece sin darles el abrazo fraterno que merece el compatriota.
La prostitución, las drogas, las peleas de perros y el juego todavía integran ese mundo de sombras que la prensa oficial no disecciona con la valentía necesaria. Las escuelas -carentes de maestros- son ahora mismo contrapreso menos eficiente frente al desastre que se cocina en algunos hogares.
La burocracia sigue sin entender nada y vive más preocupada por la inspección que viene «de arriba» que por la solución creativa de los múltiples problemas que deben ser el centro de su atención.
Pese a la hondura de su crítica, pese a la dureza de unas circunstancias difíciles de cambiar, Conducta no cierra con el triunfo de la desesperanza. En la sonrisa última de esa Carmela iluminada por el llamado de su alumno ancla la resistencia de una nación que, en medio de la tormenta, se niega a ser derrotada.
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