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Por Redacción Nacional
Manicaragua.- El Tribunal Popular Provincial de Villa Clara acaba de darle una nueva lección de represión al pueblo cubano. Seis personas sentenciadas a penas de hasta seis años de prisión por tocar cacerolas y gritar “¡queremos corriente!” frente al municipio de Manicaragua durante uno de esos apagones que ya son marca registrada del socialismo tropical.
La dictadura no necesita tanques para demostrar poder; le basta con un juez obediente, una fiscalía servil y un acta escrita con la tinta del miedo. Los sancionados —uno de ellos apenas con 18 años— fueron declarados culpables de “propaganda contra el orden constitucional” y “desórdenes públicos”. En total, 33 años de cárcel por hacer ruido con calderos. Así de literal, así de brutal.
Según la sentencia, los acusados “provocaron sonidos fuertes” que alteraron la “tranquilidad ciudadana”. Como si en Cuba quedara alguna tranquilidad que alterar. Los jueces también argumentaron que uno de los jóvenes grabó la protesta con su celular “para desacreditar el sistema social cubano”, pues el video está difundido por “medios digitales enemigos”. La traducción es sencilla: el régimen no soporta ni el eco de su propio fracaso.
Los únicos testigos del juicio son miembros del Ministerio del Interior y de la Asamblea Municipal. Ni un vecino, ni una voz civil, ni una pizca de objetividad. Todo un teatro con libreto de la Seguridad del Estado, donde el acusado siempre es culpable y el verdugo siempre tiene la razón.
El Observatorio Cubano de Derechos Humanos, desde Madrid, lo dijo sin tapujos: “esta sentencia es un fraude”. Y tienen razón. Porque lo que se castiga no es el ruido del metal, sino el sonido de la dignidad. Lo que duele al poder no es la cacerola, sino el eco del descontento.
Mientras los jueces dictan condenas ejemplarizantes, el país sigue a oscuras. Sin luz, sin comida, sin esperanza. Miguel Díaz-Canel y su camarilla no saben cómo resolver los apagones, pero sí cómo encarcelar a quien los padece. No hay electricidad, pero sí represión; no hay pan, pero sobran los presos políticos.
Cuba vive hoy un apagón moral más grande que cualquier fallo del sistema eléctrico. El régimen se alimenta del miedo, y cada golpe de caldero es un recordatorio de que ese miedo empieza a romperse.
Algún día —cuando se encienda la luz que ellos no pueden apagar— se sabrá quiénes fueron los verdaderos delincuentes: los que gritaron “queremos corriente” o los que condenaron a un pueblo entero a vivir en la oscuridad.