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Por Jorge Luis García Fuentes ()
Hermosillo (México).- Esta mañana no pude evitar un déjà vu de hace veinte años. Justo por estas fechas, en 2005, Fidel Castro pasaba horas y hooooras de transmisión televisiva en cadena, promocionando su chocolate oficial.
El «Chocolatín» —como la olla Reina, o más tarde la moringa— se volvió omnipresente en sus delirantes discursos interminables. Creaba en su cabeza uno más —entre tantos— universos en que la penosa situación de la ciudadanía se arreglaba como por milagro.
Aunque México ni por asomo se acerca a la crisis cubana, ni el producto que la presidenta Sheinbaum pone tanto énfasis en promocionar es el único en el mercado. Sin embargo, el uso de los medios oficiales para hacer publicidad a un producto mediocre como si fuese la panacea de los pobres, sí me trasladó por unos segundos a aquel llamado «período especial» de Cuba. Ese que empezó con la caída de la Unión Soviética y no sólo no ha terminado, sino que cada vez se pone peor.
En México suele asociarse a este «chocolate del Bienestar» con la familia López, con los hijos del ex-presidente (o todavía presidente tras bambalinas, quién sabe). Son unos muchachos célebres —además de por ser unos privilegiados mequetrefes— por ser dueños de una industria y marca de, casualmente, ¡chocolates!… Nunca han salido a desmentir tales rumores, y bueno, ya no hay manera de transparentar ese tipo de negocios y licitaciones. Porque el actual partido en el poder se ocupó de desaparecer a la institución que lo hacía.
Nunca he sido apocalíptico con el presunto destino cubano en México. Incluso con el actual formato de poder absoluto de un partido, el estado mexicano no tiene muchas posibilidades de derivar en castrismo clásico. Ni siquiera en chavismo.
Entre otras cosas, el obradorismo no posee una ideología única, ni siquiera una plataforma definida. Es un pastiche entre progre y conservador, entre socialista y beato chamánico, de corte muy populista. Con él, cualquier pillo cambia de bando en un abrir y cerrar de ojos.
Aquí los empresarios tienen un poder e influencia imposibles de expropiar. Saben nadar entre corrientes políticas, manteniendo las bases del comercio intactas. Y la pertenencia a América del Norte, incluso con el maltrato trumpista a los tratados comerciales, distancia bastante a este país del resto de Latinoamérica.
Eso no quita que haya sentido un escalofrío al ver hoy fragmentos de la Mañanera. Es ese remedo de la Mesa redonda cubana o el Aló Presidente en Venezuela, con «información importante» para audiencias muy básicas.
Reviví al dictador isleño y a sus letanías con el puñetero Chocolatín. También a las burlas y chistes de la gente, en privado, por supuesto. Porque los medios jamás tenían permiso para cuestionar las ocurrencias del comandante.
Ese mismo año, en un programa musical de Cubavisión en el que trabajé, un asesor mandó a cortar de la edición final un tema de la orquesta Aragón. Era un viejo cha-cha-chá, «El bodeguero» (Richard Egües, 1955), a causa de su famoso estribillo «Toma chocolate/ paga lo que debes». Por las dudas, no fuera cosa de que el numerito se asociara con Quien Tú Sabes y sobreviniese el castigo desde las alturas del monte Olimpo.
Estoy seguro de que todavía falta bastante para llegar a ese límite. Aún no creo que el Canal 22 retire de un programa al tema «Chocolate» de Jesse & Joy, sólo por miedo a la ira sardónica de la presidenta.
¿O no?